Azul. Nestor Perlongher

Extraido de la Revista Punto de pié, número 3. 1984-1985.

 

… de una serena conmiseración, Colmado. Recorrió los salones -gastando la goma de los zapatos- y a la salida de las toilettes halló sobres de plástico con un polvillo blanco y bombachas de un nylon desperdigadas en la moquette -algunas, manchadas de ceniza o barro-. ¡Era la policía! ¡La que los había puesto! ¡en su recorrido! / Dorado bajaba las nieves del karma, severo, con una serena conmiseración. En derredor, miraba: y veía los ojitos ardientes de los perseguidores en las zarzas, confundidos entre los brillos de ópalo y ese difuso humo de las calles, donde los carros de los ángeles, con sus farolas azogadas, neón y lentejuela, en el rechifle de vidriosas miradas: desde los carros, ellos ven: voyeurs de luciérnagas, malditos /Son Unos Hijos de Puta / como si tuviesen una estaca del ano, por esa firmeza de aluminio -y el sueño de la bala escrachándolos-, escamosos como la membrana de peces pláteos, alongados: es el color que da la yuta. Qué acido: ese sabor de boca de comisario que huele a tabaco viejo y a cuartitos, cuartitos azules donde ella cuelga sus tapados de conejos furtivos y se dispone a orar, como quien mea, y uncida comadreja: unto de ratas, de ratas comiéndose el pan de los presos que juegan en el campo, y un aire de calzones embolsados. Y las esposas de los presos -madre presa- les llevan tomates y patas de polla los domingos; y ellos fuman en las escaleras, con una sola mano. A las visitas las desnudan, las yerguen sobre un potro y las someten a la prueba del ano: que es deslizar por el ano un bastón – y sin vaselina- «para mostrar la firmeza» / «que tiene la policía»- un ano canta; los uniformes pasamanerados y esos botones de oropel, contra los que la bala -oropelados- choca. Pero no son insensibles al fuego: al fuego de los anos, a las diarreas de la cabeza, al napalms de los huevos. No Hay Otra Manera de Acabar con Ellos. Es un problema de método.

Recorría -en un solo pie- las graderías de la 15, saltando al trote, y chorreaba un hilillo del ojo, avizor- avizorado-: o sea, si habían visto: que él había mirado a un ligero muchacho, y visto una cobra de cristal fumee enroscada en los muslos; o imaginado el ano de ese muchacho, en una amable reunión, mullido, contra una barandilla. Y ellos era visto desde algún visillo. Por los vitrales empapados, flotan las diestras jinetas de Toxi, hendiendo el zumo con campanas: con un deseo conmovedor: … el de encontrarte cuando lo haces. Reconócelo, sí, lo haces, y no tan a escondidas: ¿te oyó el imaginaria rasguñar las alfombras del living? ¿Y tu madre? ¿que será de ella cuando lo recuerde? Bailabas una danza española, con un solero de volados y unos tacos de tul; y te clavaste un taco en el pescuezo, tonta, mariquilla estaqueada. Desde niña. Desde chica que están detrás tuyo, nena, y vos que salís sin un saquito. echado así sobre los hombres, por el sereno, viste. Lo estás haciendo de nuevo. Te he dicho que no volvieras a intentarlo. Siempre lo haces. Te lo pasas haciéndolo a todo trapo, hasta que llega el lobo y dice: lo haces, a ver, hazlo otra vez, muéstrame cómo lo haces. No lo hago de ninguna forma, no, nunca lo hice. Es un problema de método:

-el método largo, llamado «acanalado», recomienda yacer como un lagarto y lamer las pezuñas de los perros, la boca de las cuevas, la yerta glacialidad de las cancelas, cascabel, cascabel;

-el método corto, llamado «lilas», consiste en corolar como una flor hasta que la tronchen -aunque sabiendo que lo harán: trebole y revoleo. Esto último da un furor melancólico, cierta rabia de viejas. Ellos lo saben: habrá que arratonarse, ser cada vez más mosca, más araña; y que enrollarse en los armarios, como una boa humedecida, puesta a pender drapeada; y moho, (¿Y si ellos en las rancias gasas?) y que embotarse en pavoneos – «oh, claro, estabas sola» -, mientras el mate se licúa, azul.

O sea: si cada cual tirara su granada, una granada diminuta que se portara como un dije – y lo dijiste, deberías haberte mantenido callada, ¿debía haber mentido? -; y estallaran trizándoles como pelotas chinas. Tampoco soporto la visión de la sangre. Hay entre ellos cabos que atar, majos troperos. ¡Cual si sobraran! ¿Y aquel encanto de sus recamadas, de sus chapas? Quién no ha soñado con esos chalecos, ojalados y brines. Son dos sueños, se dividen en dos grandes sueños, como una mancha de betún, son ellos:

el sueño de la cárcel: el rancho escoge a uno, y lo que presta, el pije amancebado, el amor a los pises, el tufo de esos pises musculosos que pillan: el mambo de la pilla-pillar o ser pillada -y a veces depilada con alambres de red, que cuadriculan los pedazos, nubios- y los morochos vanle entrando, a saco: reja y ponga;

el sueño del burdel: que es como un patio de la cárcel, donde ellos sirven Bacardí a encapuchados marineros, y uno le pilla el anca, con una manopla enguatada de carne: rugosa roce el de esa pilla contra los caños del lavabo, desaguadero atasca esa presteza de honda rígida que arremetida se hunde: esos tapones.

… que se abrochan. Recorría -conmiserada y suave- las estancias, paseaba el ming entre jarrones de otra dinastía, que tuvo la virtud de ser vencida sin presentar batalla: las ninfas se desbandaron ante el ejercito de sátiros, chulos sombríos con un disparo en la portañuela, y las madamas destrenzaron su cado de cales y rosas, y se marcaron la permanente. En esos bucles tornasolados, la moda blue. Lo haces. Era verdad lo que ases. Lo haces ahora, antes ya lo has hecho, cuánto hace. Dile que en estos chales los cintillos se anudan en la espalda, y dejan flotando como babiecas los senos amoratados, y termina en un amplio ruedo de margaritas. Recorrías así, pinzada por la araca, los pasillos de la comisaria.

 

 

 


Para la historia de los sentimientos morales. Fragmento 107.

Capítulo II: Para la Historia de los sentimientos morales. Fragmento 107. Humano, demasiado humano. Nietzsche, Friedrich.

 

Irresponsabilidad e inocencia.

 

La completa irresponsabilidad del hombre respecto a sus actos y a su ser es la gota más amarga que el investigador tiene que tragar, cuando se ha habituado a ver en la responsabilidad y el derechos los títulos de nobleza de humanidad. Todas sus apreciaciones, sus designaciones y sus inclinaciones se convierten por este hecho en falsas y sin valor: su sentimiento más profundo, el que lleva al mártir, al héroe ha adquirido su valor de un error; no tiene ya derecho a alabar ni a censurar, pues no tiene sentido alabar ni censurar a la naturaleza y la necesidad. Del mismo modo que le gusta una obra bella, pero no la alaba, porque ésta no puede nada por sí misma; tal como procede ante una planta, así debe  proceder ante las acciones de los hombres y antes las suyas propias. Puede admirar su fuerza, su belleza, su plenitud, pero no le está permitido encontrar mérito en ellas: el fenómeno químico y la lucha de los elementos, las torturas del enfermo que tiene sed de curación son justamente tanto méritos como esas luchas y esas angustias del alma en que se está atenazado por diversos motivos y en diversos sentidos, hasta que por fin nos decidimos por más poderoso -como se dice (pero, en realidad, hasta que el más poderoso se decide por nosotros). Pero todos estos motivos , por grandes que sean los nombres que les damos, han salido de las mismas raíces en que creemos que residen los vecinos maléficos; entre las acciones buenas y malas no hay una diferencia de especie, sino, todo lo más, de grado. Las buenas acciones son malas acciones sublimadas; las malas acciones son buenas acciones realizadas grosera, estúpidamente. Un solo deseo del individuo, el del goce de sí mismo (unido al temor de frustrarse en él), se satisface en todas las circunstancias, cualquiera que sea el modo como el hombre pueda, es decir, deba obrar; ya sea por actos de vanidad, de venganza, de placer, de interés, de maldad, de perfidia, ya sea por actos de sacrificio, de piedad, de investigación científica. Los  grados del juicio deciden en qué dirección se dejará arrastrar cada uno por este deseo; hay continuamente presente en cada sociedad; en cada individuo, una jerarquía de bienes según la cual determina sus actos y juzga los de los demás. Pero esta escala de medida se transforma constantemente, a muchos actos se les llama malos y no son más que estúpidos, porque el nivel de la inteligencia que se ha decidido por ellos era muy bajo. Mejor aún, en cierto sentido, todavía hoy todos los actos son estúpidos, porque el nivel más elevado que la inteligencia humana puede alcanzar actualmente será también indudablemente rebasado; y entonces, al mirar hacía atrás, toda nuestra conducta y todos nuestros juicios parecerán tan limitados e reflexivos como la conducta y los juicios de los pueblos salvajes y atrasados nos parecen hoy limitados e irreflexivos. Darse cuenta de todo esto tal vez cause un profundo dolor, pero hay un consuelo: estos dolores son los dolores del parto. La mariposa quiere romper su envoltura, la despedaza, la desgarra; entonces se siente cegada y embriagada por la luz desconocida: el imperio de la libertad. En los hombres que son capaces de esta tristeza – ¡que serán pocos!- es donde se hace el primer ensayo de saber si la humanidad, de moral que es, puede transformarse en sabia. El sol de un evangelio nuevo lanza su primer rayo sobre las cumbres más altas en almas de esos solitarios: allí las nubes se acumulan más densas que por cualquier otra parte, y al lado una del otro reinan la claridad más pura y el crepúsculo más sombrío. Todo es necesidad: así habla la ciencia nueva, y esta ciencia misma es necesaria. Todo es inocencia, y la ciencia es la vía que conduce a penetrar en esta inocencia. Si la voluptuosidad de los fenómenos morales y de su floración más elevada, el sentido de la verdad y de la justicia del conocimiento; si el error, el extravío de la imaginación ha sido el único medio por el cual la humanidad pueda elevarse poco a poco a ese grado de iluminación y de emancipación de sí misma, ¿a quién se le ocurriría entristecerse al ver el fin a que conducen esos caminos? Todo en el dominio de la moral se modifica, es cambiante, incierto, todo está en fluctuación, es cierto; pero también todo está en curso, y hacía un único fin. El hábito hereditario de los errores de la apreciación, de amor, de odio, por más que continue obrando en nosotras, será cada vez más débil bajo la influencia de la ciencia en aumento; un nuevo hábito, el de comprender, el de no amar, el de no odiar, el de ver desde arriba, se implanta insensiblemente en nosotros, en el mismo terreno y será dentro de miles de años, quizá bastante poderoso para proporcionar a la humanidad la fuerza de producir el hombre sabio, inocente (con conciencia de su inocencia),  manera tan regular como produce actualmente al hombre no sabio, injusto, con conciencia de su culpa; es decir, el antecedente necesario, no lo contrario de aquél.


la industría del miedo. Correspondencia por Mumia Abu-Jamal a Critical Resistance

Correspondencia a Critical Resistance , Julio, 1998.

A medida que California avanza, se dice, también lo hace la nación. Por lo tanto, la nación debe estar saltando de cabeza hacia una explosión de construcción de prisiones, hacia el desarrollo de unidades de control y hacia la expansión de lo que con razón se ha denominado el Complejo Industrial Penitenciario.

No puede haber una discusión real y sustantiva del problema a menos que hagamos un balance del factor subyacente, el combustible que alimenta esta construcción: el miedo.

Los estadounidenses viven en una caverna de miedo, una fuerza psíquica y adormecedora fabricada por la llamada industria del entretenimiento, cosificada por la industria psicológica y respaldada por la industria de la coerción (es decir, los tribunales, la policía, las cárceles y similares). La psicología social de Estados Unidos está siendo alimentada por medios que amenazan a todos con un ejército de locos psicópatas, desviados y sádicos empeñados en violar a una ciudadanía indefensa y propensa. El aparato coercitivo de «seguridad pública» del Estado se erige como un contrapunto protector necesario.

Luego lloramos por más, bajo el supuesto de que más significa mejor, y así los condados rurales establecen una relación vampírica con la represión, a medida que se convierten en las plantaciones más nuevas de Estados Unidos: un macabro archipiélago gulag al estilo estadounidense. Para ellos, para esta industria de nuevo crecimiento, no se puede negar que el crimen se paga.

Vivimos, todos nosotros, (ya sea dentro o fuera de la articulación) en una era de poder policial inigualable y sin precedentes; donde un brazo del Estado dicta la política pública y dirige el discurso público en la línea de la expansión de su influencia. Ellos, a través de sus llamados sindicatos (antiobreros), pagan a jueces, pagan a políticos y canalizan a los medios represivos, sus periódicos de facto.

El aura que impregna la conciencia es de miedo incipiente, lo que nos hace cuestionarnos unos a otros, registrarnos y llamar a la policía unos a otros. Sin embargo, implícita dentro del miedo está la emoción; la emoción de la diferencia, del peligro y de la desviación. La emoción ilícita fabricada en una cultura de dualismo, donde los agentes del sistema se proyectan como angelicales, y los considerados fuera del sistema se perciben como demoníacos.

Si uno puede ser proyectado adecuadamente como demoníaco, entonces el Estado puede utilizar libremente métodos extraordinarios para tratar con uno, ya que se considera que tal persona está más allá de los límites de la humanidad.

Durante más de 160 años, el estado, a través de sus tribunales y legislaturas, relegó a los extranjeros no blancos a una categoría de inferioridad intrínseca e inalterable y,al hacerlo, elevó la raza (más apropiadamente, la blancura) a un indicio de la inteligencia, la cultura y el carácter de uno.

Esta relegación negativa permitió el rechazo generalizado de millones de hombres, chinos, Japoneses, sirios, Indios, etíopes, todas las muchas y diversas categorías de la humanidad, bajo el juicio de que eran ‘no blancos’ y, por lo tanto, ‘no aptos’ para la ciudadanía. Ahora se considera políticamente impopular emitir tales juicios abiertamente, por lo que hoy en día se utiliza un código.

Sea testigo del disgusto visceral que le viene a la mente cuando se menciona la palabra ‘criminal’. Ese disgusto se transforma en política pública cuando se une a la industria cíclica (y, uno podría agregar, cínica) del miedo. El sociólogo francés Denis Duclos observa: «Los vendedores ambulantes de terror real o ficticio aterrorizado se enriquecen y mantienen el clima de inseguridad, cosechando el máximo beneficio para todas las instituciones que viven del miedo; la policía, el sistema de justicia, la industria y el comercio de armas y seguridad*» 1

En pocas palabras, cualquier estrategia que se considere un desafío al Complejo Industrial Carcelario debe enfrentar la perversa y poderosa industria del miedo, una convergencia de intereses económicos, políticos y psicosociales, y conquistarla. Innecesario decir que esa será una tarea formidable.

Uno se enfrenta a una gran ofensiva montando hábilmente una contraofensiva mayor, una que desafía, socava y desmantela la del enemigo.

Poderosos intereses apoyan la industria del miedo y, por lo tanto, es necesario energizar, activar y movilizar poderosas fuerzas sociales, desde las bases hacia arriba, para deshacer el considerable daño psicosocial causado a la mente de la comunidad a través de esta reinyección continua de veneno culturalmente corrosivo.

En resumen, debemos organizarnos.
Escribir un libro no lo logrará.
Escribir un artículo no lo logrará.

Para transformar la realidad, primero debes transformar la conciencia, y para transformar la conciencia, primero debes presentar a las personas una visión que desafíe las proyecciones diabólicas de la industria. La gente tiene hambre de lo que es afirmar la vida. Debemos acercarnos y unirnos con ellos

El aclamado poeta afroamericano Paul Lawrence Dunbar escribió :» Tu grito es: debemos agitar, debemos agitar. Así que debes tener en cuenta que la agitación de los hechos es diez veces más eficaz que la agitación de las palabras.» 2

Por lo tanto, la resistencia crítica significa una resistencia militante e intransigente a la insidiosa industria del miedo. Es un desafío a la comercialización de la miseria, tan profundamente inculcada en la historia estadounidense.

Esto debemos hacer.

Organicémonos en torno a lo que es edificante y, esencialmente, a lo que es humano en nosotros. Entonces podemos relegar la industria del miedo al sótano polvoriento del museo de la historia. ¡Muévete! ¡Abajo esta Esclavitud de la Nueva Era!

 

1 Denis Duclos. «The Werewolf Complex: America’s Fascination with Violence» (New York: Berg, 1998), p. 142.

2 «From The Tattler: A Paper for Colored People in Ohio» (1890), citado en «Peter Linebaugh, Aesop and Abolition» (Toledo, Ohio: Universidad de Toledo) (1997).

 

Traducción al español por V de Invisible.


Entrevista al pensador jordano, anarquista y sociólogo Mohammed Bamyeh, 2016.

 

Antes de leer su libro*, yo asociaba la anarquía con el desorden y con focos aislados de comunidades en contra del Estado en algunas partes del mundo.

M.B: Mi idea de la anarquía es que es una forma de orden social voluntario; ese es el principio fundamental. Si vamos al origen griego de la palabra, eso es exactamente lo que significa. No significa caos; significa orden. En inglés hay una confusión entre anarquía y caos, la cual es muy común en la mayoría de idiomas. En árabe encontré que tal confusión existe, pero también encontré que hay una forma de hacer que la distinción sea muy clara. Existe una manera de reconstruir el origen árabe de la palabra, el cual se refiere a orden sin liderazgo, que es lo que el término significaba originalmente. La anarquía es lo opuesto al caos.

Mientras escribía el libro, me di cuenta de que, en realidad, no estaba hablando solamente de experimentos modernos aislados, sino de una experiencia histórica muy amplia en la que ha participado mucha gente, aunque no siempre se le ha llamado anarquía. El anarquismo no ha sido practicado siempre de manera consciente a través de la historia. Hay un anarquismo consciente que surge en el siglo XIX, pero como práctica el anarquismo es muy antiguo y muy global. De hecho, el anarquismo ocurre también dentro del Estado, así que no siempre significa la ausencia total del Estado; simplemente significa que dentro de un imperio o un Estado también existe una vida social local creada por gente que se cuida a sí misma. Claro que tenemos una historia política que dice que hubo Estados e imperios aquí y allá, pero esa historia no nos dice mucho de los detalles de la vida diaria. Históricamente esos Estados no han hecho nada por nadie. Las necesidades locales, como el cuidado de la salud, la educación, incluso el orden, se han satisfecho de acuerdo a la costumbre o a la tradición, las cuales han evolucionado de una manera consensual, no necesariamente impuestas desde arriba (aunque también ha habido experimentos coercitivos, y de alguna manera la anarquía se ha mezclado con ellos). Por lo tanto consideré que, para poder ver las prácticas anarquistas en toda su amplitud, tenía que analizar toda esta historia y no enfocarme simplemente en el anarquismo consciente y moderno del siglo XIX como si fuese la única expresión del anarquismo en la historia.

¿Nos podría dar un ejemplo de un momento en el que la gente haya practicado la anarquía de manera inconsciente?

Un ejemplo que usualmente no se comprende bien es lo que llamamos sharia, la cual se traduce hoy en día como ley islámica. La sharia no tiene nada que ver con la idea de ley que tenemos hoy en día. La traducción es incorrecta, aunque es una traducción muy común. En el pasado, la sharia era en realidad un sistema anarquista por varias razones. Primero, la sharia era una tradición diversa. No había un libro único que se llamara sharia. Eso es un mito. Hubo diferentes escuelas de pensamiento que evolucionaron paralelamente, coexistieron y se aceptaron entre sí. Esa no es la idea de ley que tenemos hoy en día, la cual dice que todo tiene que ser uniforme. En el pasado diferentes códigos coexistían entre sí y se adaptaban a las necesidades locales.

Segundo, la sharia permitía las contradicciones, algo que la ley hoy en día veta. Uno podía recibir un dictamen emitido por una autoridad, pero luego podía ir con otra autoridad que emitía un dictamen distinto más razonable, y ambos eran igualmente válidos. Uno aceptaba el que era más conveniente para uno como individuo racional.

Tercero, la sharia no era elaborada por el Estado o por el gobierno, sino por escolares religiosos, que eran personas que vivían dentro de la sociedad, cerca de la gente. La sharia nunca fue elaborada por el Estado, como hoy en día esperamos que se elabore la ley. Estas características nos ofrecen un ejemplo de un código de conducta ampliamente difundido que regulaba todo, desde la guerra y la higiene hasta cómo educar a los niños; todos los aspectos de la vida diaria. La sharia era un sistema completamente anárquico, pero claro que la gente no se refería a ella así. Actualmente este sistema que en el pasado era anárquico se está transformando en un sistema autoritario porque la gente lo quiere convertir en ley, a la manera en que la ley funciona hoy en día: como un sistema uniforme, no contradictorio, impuesto desde arriba. Ninguna de esas características formaba parte de la sharia en el pasado.

Tendemos a pensar en la sociedad civil como un concepto íntimamente asociado al Estado moderno. En su libro usted argumenta contra esta idea.

En mi mente la idea de sociedad civil y la idea de esfera pública están conectadas, ya que el término se refiere a cómo se organiza la sociedad fuera del Estado y a cómo le da forma a la vida pública. En tiempos modernos se han utilizado mal estos términos, pienso yo, comenzando con Jürgen Habermas y su noción de la esfera pública como una experiencia moderna burguesa que genera un orden comunicativo distinto al viejo orden aristocrático. Muchos de los comentaristas hoy en día asocian el concepto de sociedad civil al Estado moderno. Dicen: “Bueno, la sociedad civil depende de la regulación estatal, no es primordial, no existe fuera de los límites del Estado”. Mi propia forma de pensar es que si ves las cosas así no logras apreciar amplios períodos de la historia durante los cuales existieron organizaciones voluntarias que no fueron llamadas sociedad civil. Si entiendes la idea de sociedad civil como por lo general se entiende, terminas con una visión eurocéntrica y moderna de la historia de la cual la mayoría del mundo está excluida. Solo cuando te pareces a Europa tienes sociedad civil. Si interpretas la historia de esa manera, no logras apreciar cómo la gente del pasado organizaba su vida diaria prácticamente en todo el mundo.

En el pasado tenías los gremios, por ejemplo, que eran asociaciones de artesanos muy antiguas, medievales, incluso pre-medievales, que cuidaban de sus miembros y tenían su propio sistema judicial. ¿Eran los gremios una forma de sociedad civil? Desde una perspectiva moderna, podría parecer que no, pero, si en realidad ves cómo funcionaban, tenían todas las propiedades de lo que hoy en día llamamos sociedad civil. Si vemos la construcción de fondos patrimoniales como fuentes de riqueza independientes del Estado, esa también es una práctica muy antigua, la cual de hecho se ve en el mundo musulmán. En el libro hablo del waqf, una especie de donación caritativa con la cual la gente se ocupaba de casi todas sus necesidades antes de la era moderna. En lugares como Argelia, por ejemplo, antes de la época colonial, la mitad de la tierra agrícola era considerada un fondo patrimonial, y eso sostenía todo lo que ahora le compete al Estado: hospitales, educación, el cuidado de los necesitados, todo eso. En Jerusalén, antes del Estado moderno, todas las escuelas eran financiadas de esa manera: por medio de fondos patrimoniales que habían sido construidos a través de los siglos. Por lo tanto aquí tenemos algo que históricamente cumplía con las funciones de lo que hoy en día entendemos por sociedad civil.

Mi propia definición de sociedad civil es simplemente la sociedad organizada fuera del Estado. Al definirla de esta manera intento alejarme de otras dos propiedades que son comúnmente asociadas con la sociedad civil hoy. Una de ellas es la que dice que la sociedad civil es útil solo porque ayuda a la democracia, porque amplifica las propensiones democráticas de los gobiernos y de los partidos políticos. Puede que haga algo de esto, pero si la ves de esa manera ignoras toda clase de situaciones históricas en las cuales no había democracia pero había una sociedad civil organizada fuera del Estado. Por eso consideré que expandir nuestro concepto de sociedad civil nos permitiría apreciar muchas más similitudes alrededor del mundo y a través de la historia. También pensé que nos ayudaría a no volver tan fetiche a la modernidad. Es decir, a no ver a la modernidad como un quiebre tan completo con el pasado, y así poder tener una idea más continua de la historia, y también una historia más comparada. Pienso que esa es la ventaja de utilizar el concepto de sociedad civil como yo lo utilizo.

Yo no me enfoco solamente en el presente y en el Occidente dominándonos a todos sin que podamos hacer nada. Yo encuentro esa clase de narrativas completamente inmovilizadoras, ya que lo único que te dicen es que estás oprimido y que no puedes hacer nada al respecto; que el mundo está completamente estructurado de esa manera y que no hay esperanza. La única esperanza es una revolución, pero nadie te dice cómo hacerla. El problema con las narrativas que enfatizan el eurocentrismo y la dominación Occidental es que son antihumanas. No hay ningún humano en ellas. Solo hay víctimas que no hacen nada en contra del sistema en el que viven. ¡Y ese tipo de análisis te lo ofrecen como si fuera algo liberador, cuando en realidad es totalmente lo opuesto! Yo creo en la observación de procesos históricos largos, en la observación de posibilidades, en la observación de interconexiones; en fin, en la creación de agentes humanos, de gente que está tratando de hacer cosas. Aprender de la historia nos permite hacer lo que hacemos hoy en día pero también nos puede dar aliento para hacer algo diferente. Y si somos incapaces de hacer algo ahora, bueno, al menos podemos aprender de alguien que hizo algo en el pasado en algún lugar del mundo e inspirarnos en ello.

Algunas personas podrían ver sus ideas de la anarquía como una forma extrema del neoliberalismo o del libertarismo. ¿Cómo difiere su idea de la anarquía de estas ideologías?

De hecho, eso ya me ha ocurrido, y lo he visto también en las reseñas de mi trabajo. Me acusan de ser un defensor del neoliberalismo y de lo que llaman anarco-capitalismo, el cual es un término que jamás he utilizado. Creo que es un gran malentendido. Yo me opongo al neoliberalismo. El malentendido, creo yo, viene del hecho que el libro realmente no habla de economía. La razón de eso es que ya se ha escrito mucho sobre la economía desde la izquierda, también desde la perspectiva anarquista, y no necesitamos otro tratado de ese tipo. Creo que hay otros aspectos de la anarquía que son más importantes y que han sido olvidados.

Para mí, la anarquía se basa fundamentalmente en dos ideas: la idea de igualdad y la idea de libertad. Desafortunadamente, la idea de libertad es a menudo ignorada por muchos anarquistas hoy en día. Hablan del capitalismo, hablan del patriarcado, de la desigualdad, pero tienen muy poco interés en la idea de libertad. Para mí, la libertad es un componente esencial del anarquismo, tan importante como la igualdad. Las dos ideas van juntas. La belleza del anarquismo, creo yo, radica en que es el único punto de vista, la única ideología o perspectiva que tenemos que logra manejar, al menos teóricamente, estas dos ideas. Si vemos al pensamiento liberal, la tendencia es a tratar la igualdad y la libertad como ideas opuestas. El argumento es que si tienes más de una tienes menos de la otra, y la pregunta que se hacen es cuál es el balance correcto. Pero si vemos esto desde una perspectiva anarquista, como yo entiendo el anarquismo, no te tienes que preocupar, ya que ambas –la igualdad y la libertad– caminan de la mano. Si marginas a una completamente, entonces marginas a la mitad de la anarquía, a la mitad de la tradición anarquista, y entonces terminas con un sistema autoritario. Si te preocupas solamente por la igualdad, rápidamente te das cuenta de que la mejor forma de imponer la igualdad es a través de un sistema autoritario. Es desafortunado que cada vez que vemos una defensa del anarquismo, o de hecho de cualquier forma de pragmatismo, no se enfatiza la idea de libertad. La libertad es una de las fuerzas fundamentales que ha servido como motor de la historia, tanto la libertad del individuo como la libertad del grupo; del grupo que se organiza conscientemente como un grupo. Yo no defiendo al neoliberalismo, sino que trato de llevar al extremo posible lo que yo pienso es un principio olvidado del anarquismo.

¿Cómo difiere su concepto de libertad del concepto de libertad que se maneja en la tradición libertaria?

En el siglo XIX y principios del XX se solía hablar de anarquismo libertario. Había dos corrientes principales de anarquismo: el anarquismo comunista y el anarquismo libertario. Había gente que enfatizaba solo una o la otra tradición, pero los anarquistas más creativos eran aquellos que combinaban ambas, como Emma Goldman, por ejemplo. El problema es que en Estados Unidos, en algún punto del siglo XX, el concepto de anarquismo libertario desapareció y fue reemplazado por lo que hoy llamamos libertarismo, el cual representa una tradición diferente. Éste está asociado con el Instituto Cato, por ejemplo, con Friedrich Hayek y figuras así, y con la economía neoliberal. Esto es libertarismo pero no es anarquismo libertario. Siempre hay algo de libertarismo en la tradición anarquista, pero no al estilo del libertarismo estadounidense de hoy en día, sino al estilo del que enfatizaba la autonomía individual en combinación con otros asuntos de la vida social en general. La primera generación de anarquistas estaba consciente de que ambas ideas iban juntas, mucho más conscientes de lo que estamos ahora.

En sus escritos sobre la Primavera Árabe usted habla de tres formas de Ilustración y sitúa las protestas entre todas ellas.

Hablo de la Primavera Árabe en términos de la ilustración porque cuando hablamos de revolución no se trata solo de cambiar el sistema político sino de cambiar nuestra forma de ver el mundo. Yo estuve en el Cairo en el 2011, fui a la plaza Tahrir todos los días durante la revolución, y me inspiré mucho por el hecho de que gente ordinaria que el día anterior había sido muy conservadora y sumisa frente a la autoridad comenzó a hacer toda clase de cosas interesantes. La gente comenzó a producir su propio arte, comenzó a ser un agente creativo de una manera nunca antes vista. La gente sentía que era la creadora de la historia, y me di cuenta que estaba viendo una transformación en donde el agente del cambio histórico no era la vanguardia –Mao o Lenin– sino la persona ordinaria que se sentía como la creadora directa de la historia, sin ningún agente actuando en su lugar. Eso es una forma de Ilustración porque surgió un conocimiento que no existía antes, y aparentemente surgió de la nada. Para mí la ilustración no es simplemente esa tradición filosófica que emergió en Europa en el siglo XVIII; es una forma nueva de conocimiento que una persona expresa como potencial liberador del conocimiento antiguo. Ahora bien, si ves la historia de la Ilustración en sí, ves que realmente no es un proceso uniforme sino un proceso global. La cuestión radica en identificar al agente de la Ilustración. Y aquí encuentras todo tipo de diferencias. Por ejemplo, el fascismo está conectado a la Ilustración. El fascismo es una especie de ciencia que sirve para organizar una sociedad de una forma nueva y autoritaria. Por lo tanto hay una Ilustración autoritaria, de la cual existen muchas manifestaciones. La idea general es que la ilustración se impone desde arriba. Hay una élite ilustrada, la cual es a veces llamada “vanguardia” en el lenguaje de la izquierda, y se asume que la sociedad es incapaz de ilustrarse a sí misma sin alguien que esté por encima diciéndole cómo debe hacerlo. Turquía bajo Mustafa Kemal Atatürk es un ejemplo de esto.

Luego tienes la Ilustración liberal, que es la que Michel Foucault discute en su trabajo, en donde no hay autoritarismo sino un Estado cívico que no controla a la sociedad por completo y por lo tanto requiere del conocimiento para que exista una especie de simbiosis entre el conocimiento y el poder, que es lo que Foucault critica. Cuando leemos a Foucault, uno de los malos entendidos (del cual él es en ocasiones partícipe) es que pensamos que está hablando del poder y del conocimiento en todas partes. Mi propia lectura de Foucault es que él está hablando de la Ilustración liberal, porque solo la Ilustración liberal requería del conocimiento al servicio del poder y viceversa, dado que el poder no era absoluto, por las revoluciones en Europa y todo eso. La Ilustración autoritaria no requiere del conocimiento porque tiene el poder.

Luego tienes la Ilustración anarquista, que es esencialmente lo opuesto, es decir, la ilustración desde abajo. Esto es lo que yo vi en los primeros días de la Primavera Árabe. No había líderes, no había una vanguardia diciéndole a la gente qué hacer, y si hubiera habido una, nadie le habría escuchado. Lo interesante de esto en el mundo árabe es que fue algo completamente nuevo, porque en el mundo árabe había habido vanguardismo, había habido una Ilustración autoritaria, había habido golpes de Estado militares apoyados por la gente. En el 2011 la gente se aleja de ese conocimiento, de la Ilustración autoritaria, ya no espera que un líder haga algo por todos, y empieza a actuar sin ninguna vanguardia. Como resultado de esto también tienes una ausencia de carisma. Una característica del carisma es que siempre aparece en función de la demanda, no de la oferta. Tenemos individuos carismáticos cuando los necesitamos, no porque sean inherentemente carismáticos. En mi primer libro sobre los orígenes sociales del Islam, por ejemplo, una de las cosas que descubrí fue que durante el período en que Mahoma entró en escena como profeta existían muchos otros profetas porque la gente estaba esperando a un profeta. En un periodo histórico distinto, la misma persona diciendo las mismas cosas podría haber sido encerrada en un hospital psiquiátrico: “¡Este tipo está loco! ¡Mira lo que está diciendo! ¡Dice que Dios le habló! ¡Necesita estar medicado!”. Por el contrario, en esa época fue tratado como un profeta, porque existía una demanda de carisma. En la Primavera Árabe, el evento en sí se volvió carismático. El objeto carismático no fue una persona, sino el evento en sí. No hubo individuos, al menos no en el sentido heroico de grandes individuos, de individuos salvadores, porque nadie estaba esperando a ese tipo de individuos. Claro que después las cosas cambiaron. Yo estoy hablando del momento especifico en que se dio este fenómeno. Cuando hablo de la Ilustración anarquista, no me refiero a que la gente estaba siendo anarquista conscientemente, porque no fue así. De hecho, la gente quería un orden liberal, por eso el título del artículo, Anarchist Method, Liberal Intention…, el cual se refiere a esta combinación de anarquismo con liberalismo; al método anarquista de organizarse horizontalmente y sin líderes, reemplazando al liderazgo con la coordinación, pero sin el deseo de lograr un orden anarquista, porque esa consciencia no estaba ahí todavía. La consciencia era liberal, pero el método era anarquista.

¿Cómo ve la situación en el contexto árabe hoy en día y qué pueden aprender de esta experiencia países que han experimentado movilizaciones similares recientemente?

Una cosa que debemos aprender es que las revoluciones son procesos históricos muy largos. Pueden durar cincuenta años, cien años, así que no podemos simplemente enfocarnos en un momento en la historia que comenzó hace algunos años y pensar que ese es el resultado final. Una cosa que ocurrió fue que muchas personas ordinarias se convirtieron en animales políticos; comenzaron a entender que la política les incumbe. También ha habido algunos desastres a lo largo del camino y una contrarrevolución, lo cual es algo normal. Toda revolución tiene una contrarrevolución. Podría hablar por mucho tiempo sobre los dinámicas que vemos ahora, pero hay un punto que creo es más importante que todos los demás. La lección que podemos aprender es que es equivocado pensar que lo único que necesitamos es reemplazar a un mal gobernante con un buen gobernante; que el único problema es que tenemos malas personas a cargo y que si tenemos buenas personas a cargo todo estará bien. El problema es la autoridad en sí misma. Si tienes una estructura de autoridad sobre la sociedad que es muy fuerte, como el Estado moderno, esa estructura propiciará luchas por el poder en el futuro. La razón por la que tenemos luchas por el poder es porque hay poder; porque el poder existe. Mientras más fuerte sea ese poder, más intensas serán las luchas. Si esperamos que el Estado controle a toda la sociedad, entonces tendremos una guerra civil después de una revolución, porque es demasiado lo que está en juego. Eso es de hecho lo que ocurrió en muchos países de la Primavera Árabe. Ahí es cuando se necesita tener una perspectiva anarquista de la política. Lo que hay que hacer es reducir la intensidad de la lucha por el poder. No se puede obtener anarquía de un día a otro; la consciencia debe existir primero. Pero lo que se puede hacer mientras tanto es reducir la escala del poder, en lugar de tener el mismo Estado con un nuevo líder que tiene el mismo poder. Después de una revolución lo más útil es descentralizar la autoridad, dispersarla, para asegurarse que cualquier estructura que tengas en el futuro no concentre tanto el poder y que no exista tanto incentivo como para que se genere una guerra civil. Eso es al menos el primer paso que hay que dar para que después, en un contexto de poder reducido, exista más espacio para que la consciencia anarquista evolucione, se propague en la sociedad y llegue a ser vista como algo normal.

*Anarchy as Order: The History and Future of Civic Humanity, 

 

Entrevista realizada por Daniel Núñez para Plaza Pública.


No habrá derecho. La ley vista de revés. Christian Ferrer.

Texto que se encuentra en la Revista No hay Derecho número 1, 1990.

 

Cabría sospechar que la Ley puede ser analizada de modo más pertinente a partir de las acciones y lenguajes de aquellos que la impugnan radicalmente que la de aquellos que la inventa y sostienen. El Déspota, la Asamblea Constituyente, las Revolución, los Textos Sagrados, los Pactos Fundacionales, la Costumbre: son acontecimientos o tradiciones que fundamentan sistemas de pensamiento, lenguajes, reglas, pero a la hora de imaginar una sociedad libre resultan más significativas las rupturas epistemologías, los argots, y las excepciones. Pues es bien sabido que una excepción quizá no haga sucumbir la regla,  pero aún no queda claro por qué la excepción confirmaría la regla. Propongamos entonces a la disidencia -en el orden político, estético y conductal -como una modalidad de forjar valores que se opone y complementa a la Ley.

 

Leviathan cobija en su seno a jacobinos y girondinos, – y también aún más gratamente, a los jacondinos-, a liberales y totalitarios, a fascistas y monárquicos, a postkeyneasianos y neohayeckianos, a tantos ismos…, pero Leviathan repudia como temible aberración moral a ciertas figuras de la conducta humana que se vuelven imposibles de traducir a masa: egoístas, solitarios, amorales, místicos, hackers, aristócratas. Pues el Estado sabe que su enemigo más peligroso no es el terrorista o el grupo minoritario que aspira a ser totalidad sino el hombre natural, aquél que considera que la mayoría estadística no es capaz de fundar derecho, y que solamente la acción individual puede hacerlo. Ello quiere decir que tampoco las minorías -esclarecidas, ghetticas o electoralmente poco significativas- pueden crear Derecho. Para huir de las habituales moralinas binarias de occidente (bueno/malo, justo/injusto, sí/no, mayoría/minoría, superior/inferior) es preciso postular que los únicos valores legítimos son aquellos fraguados por los habitantes en el Estado de Naturaleza.

 

A lo largo de 2500 años de historia occidental todo recién nacido ha ingresado en grupos que lo han pedagogizado, en sistemas de clasificación que le han proporcionado una identidad estable y standard, en instituciones que exigen su fidelidad, en circuitos de recorrido rutinario que limitan su experiencia, en sistemas de pensamiento que le proporcionan certezas bien definidas, en modos colectivos de gestionar los afectos a los que desesperadamente se aferran. Sujetado a semejante retícula «internacional» y «carcelaria», el individuo pierde gradualmente espacios de autonomía y se somete a imperativos del imaginario jerárquico que distribuye a virtuosos y réprobos en el territorio. Modernamente, Leviathan es el nombre monstruoso que recibe el Estado en tanto paradigma de poder, cuya faena cotidiana es impedir el anhelo humano de libertad desorganice la antigua y acostumbrada pirámide. Traducir, por lo tanto, las invenciones autogestionarias de la base social al lenguaje de las instituciones jerárquicas es uno de sus míseros afanes. La negación de la autogestión de los asuntos públicos por parte de aquellos a quienes conciernen directamente y la sujeción al principio de acenso instituyente como organizador de las pragmáticas político-ideológicos han enredado y confundido a derechas e izquierdas en una coincidencia opositora que ya no debería sorprender demasiado.

 

No obstante, en cada época histórica han existido ciudadanos -llamémosle disidentes- o grupos organizado que se han posicionado en la vereda opuesta y antípoda al imaginario estatal-jerárquico, y que han impugnado a la Ley, no a causa de su condición injusta, sino por ser Ley ella misma: es decir, por ser moral, por ser única, por imaginarse como obligatoria para toda la población, por extender sus incisivas y sus articulaciones por el territorio, por pensarse desde el punto de vista de la totalidad. Una y otra vez estos grupos han intentado deconstruir la ilusión fantasmática que nos hace aferrar a la mitología estatal. Los gobiernos han apelado a distintos simbolismos político-religiosos para asegurar que el habitante devenga un seguro servidor: desde la potencia del Verbo y la perorata de los vicarios de la divinidad a la prédica contemporánea de los expertos en la política que promueven sospechosos consensos, sin soslayar la neonata religiosidad católica que emana de las omnipresentes pantallas. Se sabe que quien establece una liturgia funda un orden sagrado y que quien controla las retóricas imaginarias ciñe la corona y demás atributos de poder. Pero nunca ha faltado la palabra ejemplar, la invectiva o el vómito del disidente que ha interpelado a los bon citoyens por intermedio de un gesto desmesurado o de la crítica a la conducta deshonesta o autoritaria de la jerarquía y que, en mayor o menor grado, ha logrado desacralizar los hábitos de sumisión estacionados en el cuerpo como una vieja telaraña. Pero, eah, nombrémoslos, ofrezcamos unos ejemplos de caso.

 

En la Grecia loada por los manuales de filosofía suele soslayarse la figura de los filósofos cínicos quienes, mediante la prédica crítica, la conducta escandalosa y el dialogo provocativo impugnaban el comportamiento despótico de las instituciones y atacaban la tendencia humana a la auto-adulación, condición que imposibilita el mantenimiento de una consciencia alerta y crítica. En la Edad Media distintas formas de mesianismo religioso -desde los «Hermanos del Espíritu libre» a los «Anabaptistas»- lograron sublevar a la población creyente contra las instituciones eclesiásticas enriquecidas que pregonaban la salvación a plazo fijo pero diferían la fecha de pago para las calendas griegas. La exigencia del cielo en la tierra, la vida sencilla y pura alejada de la lógica mercantil y la libre sexualidad se contaron entre las prácticas que escandalizaron a los moralistas por mucho tiempo. Los románticos, en el siglo pasado, heredaron a estos notables antepasados, oponiéndose a la novedad legalidad científica entendida como dominación positivista de la naturaleza, prefiriendo conectarse con ella mediante la sabiduría desinteresada fundada en una poderosa palabra: el ditirambo poético. Modernamente, los Dadá y los Surrealistas iniciaron el proyecto más ambicioso imaginable: la emancipación del ser mediante la búsqueda automática de las potencias creativas de cada individuo. Este árbol genealógico, donde la libertad natural es apodada voluntad de poder por Nietzsche, heroísmo por los románticos, rebeldía por los anarquistas, libertinaje para Sade, disidencia por numerosos filósofos libertarios, merece sin duda ser continuado hoy en día por los filósofos del derecho que gusten pensar la sociabilidad humana más allá del marco de la Ley y del Estado, y en función de modos de asociación y de afinidad no-coercitivos, sin sanción ni obligación, sin «penas» y sin vencedores, vencidos.

En todos estos casos, y en las obras de pensadores de la talla de un Max Stirner, un Georges Bataille, un Ernest Junger, un Nietzsche, se puede hallar, más que un modo de pensar ateo en la relación a la Ley, un modo de actuar blasfemo con respecto a la misma. En 1789 descabézase  al Rey, pero también se vacía el Reino de los Cielos. Acéfalos el Reino y el Cielo, un orden jerárquico bimilenario pierde el poder de entronizar al nuevo amo. Pero los humanos, tímidos parricidas, expían su crimen aclamando contrato social obligatorio descendido del Sinaí laico. A rey depuesto, presidente puesto: pero el legitimador centra no se mueve de lugar. Pero el hombre natural sabe que, en un mundo sin amos, él mismo debe hacerse responsable de crear valores. Y para forjar la ley un hombre debe primero pertenecerse a sí mismo, apropiándose de su subjetividad en vez de someterse una y otra vez a un orden que fiscaliza incluso los rincones más oscuros de su intimidad. El hombre rebelde -pues es tal el nombre que recibe la dignidad en el Estado de Naturaleza- es el modelo de conducta de quien posee consciencia de sus derechos. Por lo tanto, su tarea, en relación a leyes escritas u orales de toda laya, es valorativa, es decir, la creación de valores libertarios sostenidos sobre el acuerdo de seres humanos vivientes -nunca abstractos-. Pues él sabe que la simple superioridad de poder no es capaz de generar Derecho -ni siquiera allí donde promueve cambios aparentemente «benignos». El transgresor -otro apodo del hombre «natural» – ha ocupado, de tiempo en tiempo, un espacio social que lo ha enfrentado al imaginario jerárquico, pues ascender a ningún escalón  hacía el trono, sólo impugnar la imposición de ordenamiento que no han sido forjados por los propios habitantes. Por ello, su tarea es bosquejar, frente al Leviathan, los signos de una libertad válida para una época venidera.

Una y otra vez, Leviathan -sea filantrópico, minarquista, contractual, totalitario, khomeinista- castiga al hombre natural, quien se atreve, ya no a disputar el poder dentro de las reglas del mismo Leviathan indica, sino señalar el origen bastardo de su poder. Y porque gusta llamarse disidente, ácrata, punk, o romántico, y sabiendo que la sentencia de Leviathan no tiene validez, el hombre libre puede atrincherarse en sus derechos gritando a voz en cuello: ¡No hay Derecho!

 


Rescatemos el Primero de Mayo. Periódico La Protesta, 1974.

Decimos rescatar el Primero de Mayo, porque está siendo desfigurado por los que explotan la causa proletaria y social. En todas partes del mundo, los trepadores y traicioneros de la cuestión mejorativista y liberadora, usan como bandera la heroica fecha, para engatuzar a la masa y darle la sensación de que ellos reverencian la jornada. Pero es una falacia infamante. Los mártires de Chicago no pueden ser afrentados por los sucesores de los verdugos yanquis, que en 1887 llevaron al cadalso a los idealistas y militantes precursores de la histórica fecha. Es a partir de ese hecho, trágico para la causa de los trabajadores, que el Primero de Mayo ha sido consagrado como día de protesta-..y afirmación dé los postulados manumisores de la clase explotada. Y es a partir de esa jornada luctuosa, que surgió la consigna internacional de la conquista de. las ocho horas, como, una actitud moral, solidaria con la motivación de lo que les costó la vida a los mártires. Claro está, la reacción malvada y brutal de la justicia norteamericana, golpeó en la persona dé los más decididos y valiosos militantes. Había que dar un escarmiento y detener la avalancha reivindicativa de un proletariado que insurgía revolucionariamente.

 

Pero el intento represivo, tuvo su contra efecto. Y no solamente, se expandió el movimiento y consolidó las Fuerzas del trabajo en mutuo apoyo y unión de clase contra las otras clases antagónicas, sino que a su vez sirvió como acicate y (motivación, para conjugar, en cada aniversario a todos los hijos del trabajo en una sola idea, en un solo anhelo, en un solo fin; la abolición de las clases y la destrucción del poder político. De allí en más, la. causa de la libertad, la justicia, la fraternidad humana, la paz social se abriría en franco proceso de constructiva superación, de progresivo bienestar, para todos los hombres de la tierra. Las fuerzas cavernarias del privilegio, levantaron sus barricadas y desde allí bombardearon a los paladines y luchadores, herederos de los postulados del Primero de Mayo de 1886, y de la protesta y repudio por la ejecución de 1887. De manera, que nadie tiene derecho a invocar la fecha por otra causa que no sea la suya, la original y auténtica. Nadie tiene derecho: levantar tribuna y glosar la jornada, cuando, están del otro lado de la barricada revolucionaria son enemigos o renegados de la causa que dio contenido: y finalidad a una lucha, que es sin cuartel, y contra todos los que, solapada o abiertamente, tratan de anularla o desfigurarla en el concepto y en el hecho. Oriente y Occidente, América del Norte o ..Rusia, China o España, etc,  son cuarteles de represión en donde el Primero de Mayo es palabra prohibida y únicamente es usada por los reaccionarios como “fiesta de los trabajadores” y trampolín para su demagogia populista. Aquí el “ supremo restaurador de la argentinidad» hablará en el tramposo Primero de Mayo, organizado el acto “monstruoso” por los otros cómplices de la trampa histórica, la. C.G.T., y a no dudarlo se mezclarán, los valores y será servido (al. pueblo) el discurso histrionesco de siempre. Para escarnio, y vergüenza de un proletariado que tiene; en su historia una masacre en el mismo día de 1909, en la Plaza Lorea, y diez masacres más en distintos años y lugares.. Y ese mismo orate que arengará a la masa, es responsable de la Semana Trágica, y de prohibir sistemáticamente a los únicos que tiene razón y derecho a conmemorar el Primero de Mayo… los anarquistas, la F.O.R.A. y todos aquellos que se identifican con su verdadero significado. Todo lo demás es impostura, demagogia, trampa, escarnio gratuito y desaprensivo que no puede ni  debe tolerarse, si es que todavía le queda algo de dignidad, de hombría y vergüenza a los explotados del país.

 

.“ Dejad que se oiga, la voz del .pueblo”  gritó con la soga al cuello, el ahorcado.

 

Y ni Perón, ni los chimangos de la C.G.T. tienen la voz del pueblo, se la han robado y la usan ellos para que no se oiga aquella que rugiría su protesta y clamaría justicia del pueblo contra los verdugos y los impostores y los haría callar de miedo y palidecer de impotencia.

 

Primero de Mayo nuestro, algún día retornarás por tus fueros y ,serás señor entre los libres,, en todas las plazas, en todos los hogares, en todas las aulas,  en todas las fabricas en todas las calles, en todos los hogares, en todas las aulas, en todas las fábricas y en todos los campos. Como lo quisieron y soñaron tus mártires.

 

 

 

 


El truco más ingenioso del Sistema. Tedd Kaczynski

El mayor lujo que se permitirá la sociedad de la necesidad tecnológica, será arrebatar todo beneficio que se derivara de la revuelta estéril y la sonrisa aquiescente.

Jacques Ellul [1]

 

El Sistema se ha dedicado a engañar a todos los aspirantes a revolucionario y rebelde. Su truco es tan astuto que, si se hubiera planeado conscientemente, uno tendría que admirarlo por su elegancia casi matemática.

 

1. Lo que el Sistema no es

 

Empecemos aclarando lo que el Sistema no es. El Sistema no es George W. Bush con sus consejeros y apuntadores, no son los policías que maltratan a quienes protestan, no son los presidentes de las multinacionales, y no son los Frankesteins que en sus laboratorios llevan a cabo sus juegos criminales con los genes de seres vivos. Todos estos son lacayos del Sistema, pero por sí solos no constituyen el Sistema. Precisamente, los valores individuales y personales, así como las actitudes, las creencias y el comportamiento de esta gente, podrían significar un conflicto considerable frente a las necesidades del Sistema.

 

Ilustrando el caso con un ejemplo, el Sistema necesita que se respete el derecho a la propiedad, pero aún así esos presidentes, policías, científicos y políticos, a veces roban. (Al hablar de robar, no nos limitamos a la sustracción de objetos físicos. Podríamos incluir las propiedades adquiridas con fines ilegales, como evadir el impuesto sobre la renta, aceptar sobornos, y algún otro tipo de chanchullos y corrupción.) Pero el hecho de que esos presidentes, policías, científicos y políticos a veces roben, no significa que robar sea parte del Sistema. Al contrario, cuando un policía o un político roba algo, se está rebelando contra la necesidad que tiene el Sistema de que se respete la ley y la propiedad. Pero, incluso cuando roban, estas personas permanecen fieles al Sistema en la medida en que, de cara al público, mantienen su apoyo personal a la ley y la propiedad.

 

Da igual el acto ilegal que cometan los políticos, policías o empresarios, en calidad de individuos; el robo, los sobornos, y los chanchullos no son parte del Sistema sino males que le aquejan. Cuanto menos robo hay, mejor funciona el Sistema; y ese es el motivo por el que los lacayos y promotores del Sistema siempre abogan por el cumplimiento de la ley de cara al público, incluso cuando a veces ellos mismos encuentran conveniente quebrantarla en privado.

 

Y pondré otro ejemplo. Aunque los policías sean los matones del Sistema, la brutalidad policial no es parte del Sistema. Cuando los policías dejan hecho mierda a un sospechoso a base de palizas, no están haciendo el trabajo del Sistema, solo están dejando fluir su propia ira y hostilidad. La meta del Sistema no es ni la brutalidad, ni las demostraciones de ira. En lo que concierne al trabajo policial, la meta del Sistema es imponer la obediencia a sus normas, y hacerlo sin dilación, con la menor violencia posible, y evitando crearse mala publicidad. Así, desde el punto de vista del Sistema, el policía ideal sería aquel que nunca se enfadara, que nunca usara más violencia de la necesaria, y que, en la medida de lo posible, recurra a la manipulación antes que a la fuerza para mantener a la gente bajo control. La brutalidad policial solo es otro mal de los que aquejan al Sistema, no es parte de él.

 

Y como prueba tenemos la actitud de los medios de comunicación. Los medios mayoritarios condenan la brutalidad policial de una forma casi universal. Por supuesto, la actitud dichos medios representa por lo general el consenso entre las opiniones de las clases poderosas de nuestra sociedad, ya que esto es algo bueno para el Sistema.

 

Lo que acabamos de comentar acerca del robo, los chanchullos, y la brutalidad policial, también se aplica a los asuntos de discriminación y persecución, tales como racismo, sexismo, homofobia, pobreza, y explotación laboral. Todas estas cosas son malas para el Sistema. Por ejemplo, cuanto más despreciada y marginada se sienta la gente negra, más propensos serán a dedicarse al crimen y menos a dedicarse a una profesión que les convierta en alguien útil para el Sistema. La tecnología moderna, con sus rápidos transportes de larga distancia y su perturbación de los estilos de vida tradicionales, nos ha llevado a una mezcla poblacional, de modo que en nuestros días, la gente de distintas razas, nacionalidades, culturas y religiones, tiene que vivir y trabajar hombro con hombro. Si la gente se dedica a odiarse o a rechazarse los unos a los otros basándose en cuestiones de raza, etnia, religión, preferencia sexual, etc., los conflictos que resultarían de ello interferirían con el funcionamiento del Sistema. Exceptuando a algunos restos fósiles del pasado como Jesse Helms, los cabecillas del Sistema conocen este hecho perfectamente, y por eso mismo se nos enseña, tanto en la escuela como desde los medios de comunicación, que el racismo, el sexismo, la homofobia, y demás, son males sociales a erradicar.

 

Sin duda, algunos de los cabecillas del Sistema, algunos políticos, científicos y altos directivos, piensan que el lugar de la mujer está dentro de casa, o que los matrimonios homosexuales e interraciales son repugnantes. Pero incluso aunque la mayoría de ellos pensara de ese modo, no significaría que el racismo, el sexismo y la homofobia fueran parte del Sistema, tal y como la existencia del robo entre las altas esferas no significa que el robo en sí sea parte del Sistema. Igual que el Sistema debe promover el respeto por la ley y la propiedad en pro de su propia seguridad, también se ve obligado a poner freno al racismo y otros tipos de persecución por la misma razón. Es por esto por lo que el Sistema, a pesar de cualquier desviación personal por parte de los individuos que conforman su élite, está básicamente obligado a acallar la discriminación y las persecuciones.

Como prueba, observemos de nuevo la actitud de los medios de comunicación mayoritarios. Exceptuando las tímidas y breves disidencias ocasionales por parte de los pocos comentaristas atrevidos y reaccionarios, la propaganda de los medios favorece de modo abrumador la igualdad racial y sexual, y la aceptación de los matrimonios gays e interraciales.[2]

 

El Sistema necesita una población que sea mansa, no violenta, domesticada, dócil y obediente. Debe evitar cualquier conflicto o interrupción que pueda interferir con el funcionamiento ordenado de la máquina social. Además de suprimir las hostilidades raciales, étnicas, religiosas y de otro tipo, también tiene que suprimir o aprovechar para su propio beneficio todas las otras tendencias que podrían conducir a trastornos o desórdenes como el machismo, los impulsos agresivos y cualquier inclinación a la violencia.

 

Naturalmente, los antagonismos raciales y étnicos tradicionales mueren lentamente, el machismo, la agresividad y los impulsos violentos no son fácilmente suprimidos, y las actitudes hacia el sexo y la identidad de género no se transforman de la noche a la mañana. Por lo tanto hay muchas personas que resisten estos cambios, y el Sistema se enfrenta con el problema de superar su resistencia.[3]

2. Cómo explota el Sistema el impulso por rebelarse

 

Todos los que estamos dentro de la sociedad moderna nos vemos atrapados por una densa red de normas y reglamentos. Estamos a merced de grandes organizaciones, tales como empresas, gobiernos, sindicatos, universidades, iglesias, y partidos políticos, y como consecuencia nos sentimos impotentes. El resultado de la servidumbre, la impotencia y demás humillaciones que el Sistema nos inflige, es una amplia frustración, que nos impulsa a rebelarnos. Y es entonces cuando el Sistema usa su truco más ingenioso: Con un ligero movimiento de mano, convierte la rebelión en algo de lo que sacar provecho.

 

Mucha gente no comprende cuál es la raíz de su frustración, por lo que su rebelión no tiene rumbo fijo. Saben que se quieren rebelar, pero no saben “contra qué quieren rebelarse”. Afortunadamente, el Sistema es capaz de rellenar ese vacío proveyéndoles de una larga lista de estereotipadas reivindicaciones estándar contra las que rebelarse: racismo, homofobia, asuntos de la mujer, pobreza, explotación laboral… todo el cesto de la ropa sucia de asuntos “de activistas”.

 

Un gran número de aspirantes a rebelde muerden el anzuelo. Al luchar contra el racismo, el sexismo, etc., etc., solo le están haciendo el trabajo al Sistema. Aún así, ellos creen que se están rebelando contra el Sistema. ¿Cómo es posible?

 

Primero, hace cincuenta años, el Sistema no se había comprometido con causas como la igualdad para los negros, las mujeres o los homosexuales, por lo que luchar por estas causas sí era una verdadera forma de rebelión. En consecuencia, a estas causas se las consideraba normalmente como causas rebeldes. Y han retenido dicho estatus hasta hoy en día debido a la tradición; exacto, porque cada generación de rebeldes imita a las generaciones que la preceden.

 

Segundo, aún existe un número considerable de personas que, como ya apunté antes, se resisten a los cambios sociales que el Sistema requiere, y algunas de estas personas son incluso miembros de la autoridad tales como policías, jueces o políticos. Estos últimos constituyen un objetivo para los aspirantes a revolucionario, alguien contra quien rebelarse. Los comentaristas como Rush Limbaugh agilizan el proceso al despotricar contra los activistas: Ver que están haciendo enfadar a alguien, lleva a los activistas a ampararse en la ilusión de que se están rebelando.

 

Tercero, con objeto de embarcarse en un conflicto incluso con los líderes de la mayoría del Sistema, que aceptan totalmente los cambios sociales que ellos demandan, los aspirantes a rebelde insisten en soluciones que van más allá de lo que los líderes del Sistema consideran prudente, y muestran una ira exagerada respecto a asuntos triviales. Por ejemplo, demandan indemnizaciones económicas para la gente negra, y normalmente se muestran rabiosos ante cualquier crítica a un movimiento minoritario, sin importar cuán prudente y razonable sea uno al criticar. De esta manera los activistas son capaces de mantener la ilusión de que se están rebelando contra el Sistema. Pero dicha ilusión es un absurdo. La agitación contra el racismo, el sexismo, la homofobia y similares, ya no constituye una rebelión mayor contra el Sistema que la agitación contra la corrupción política y los sobornos. Aquellos que luchan contra la corrupción política y los sobornos no se están rebelando contra el Sistema sino que lo están fortificando: Ayudan a que los políticos se mantengan fieles a las normas del Sistema. Aquellos que luchan contra el racismo, el sexismo y la homofobia, de igual modo están fortificando el Sistema: Ayudan al Sistema a suprimir las conductas desviadas que le causan problemas, tales como el racismo, el sexismo y la homofobia.

 

Pero los activistas no solo actúan como los defensores del Sistema. También actúan como una especie de pararrayos que protege al Sistema al adelantarse al resentimiento popular y a sus instituciones. Por ejemplo, había varias razones para explicar por qué el Sistema se aprovechaba del hecho de sacar a la mujer del hogar e introducirla en el entorno laboral. Hace cincuenta años, si el Sistema, representado por el gobierno o por los medios, hubiera empezado por las buenas una campaña propagandística con intención de hacer socialmente aceptable el hecho de que la mujer se comenzara a centrar más en su vida laboral que en la doméstica, la característica resistencia al cambio por parte de los humanos habría llevado a un amplio rechazo popular. Lo que realmente ocurrió fue que dichas propuestas de cambio fueron encabezadas por radicales feministas, cuyo rastro iba siguiendo el Sistema a una distancia prudencial. El rechazo de los miembros más conservadores de la sociedad fue dirigido primordialmente contra las feministas radicales antes que contra el Sistema y sus instituciones, porque los cambios patrocinados por el Sistema parecían lentos y moderados en comparación con las soluciones radicales por las que abogaban las feministas, e incluso esos cambios relativamente lentos se veían como algo forzado en la marcha del Sistema, como debidos a la presión de los radicales.

3. El truco más ingenioso del Sistema

 

Así que, en pocas palabras, el truco más ingenioso del Sistema es:

  1. Por el bien de su propia eficiencia y seguridad, el Sistema necesita provocar cambios radicales y profundos en la sociedad para ajustarse a las condiciones cambiantes que resultan del progreso tecnológico.

  2. La frustración devenida de vivir bajo las circunstancias impuestas por el Sistema lleva a sentir impulsos de rebelión.

  3. El Sistema se apropiará de esos impulsos de rebelión para realizar los cambios sociales que este requiera; los activistas se “rebelan” en contra los valores viejos y desfasados que dejan de serle útiles al Sistema, y a favor de los nuevos valores que el Sistema necesita que aceptemos.

  4. Así, los impulsos rebeldes que de otra manera podrían haber sido peligrosos para el Sistema, se van por un sumidero que, no solo es inofensivo para el Sistema, sino que le es útil.

  5. La mayoría del rechazo popular resultante de los cambios sociales, avanza esquivando al Sistema y sus instituciones, para acabar volcándose en los radicales que encabezan dichos cambios.

 

Por supuesto, este truco no fue planeado con antelación por parte de los líderes del Sistema, los cuales ni siquiera son totalmente conscientes de estar usando un truco. El funcionamiento sería algo similar a esto:

Cuando deciden cómo se posicionan ante determinado asunto, los redactores, editores y dueños de los medios de comunicación, deben considerar varios factores, consciente o inconscientemente. Deben considerar cómo reaccionarán los lectores a cualquier cosa que impriman o retransmitan acerca del tema; deben considerar cómo reaccionarán sus patrocinadores, sus colegas de los medios, y otras personas poderosas; y también deben considerar el efecto que lo que impriman o retransmitan tendrá sobre la seguridad del Sistema.

 

Estas consideraciones prácticas normalmente tendrán más peso en la decisión que cualquier opinión personal respecto al asunto. Las opiniones personales de los dirigentes de los medios, de sus patrocinadores, y de otras personas poderosas, son variadas. Pueden ser liberales o conservadores, religiosos o ateos. El único campo universal común a todos los líderes, es su compromiso con el Sistema, con su seguridad y con su poder. Por lo tanto, dentro de los límites impuestos por lo que el público está dispuesto a aceptar, el principal factor determinante de las actitudes propagadas por los medios, es un consenso aproximado de las opiniones de los dirigentes mediáticos, los patrocinadores y otras personas poderosas, en base a lo que es bueno para el Sistema.

 

Por lo tanto, cuando un redactor u otra persona importante de los medios decide qué actitud tomar frente a determinado movimiento o causa, lo primero en lo que piensa es en si es algo bueno o malo para el Sistema. Quizá se diga a sí mismo que su decisión está basada en el campo de la moral, en el de la filosofía, o en el de la religión, pero es un hecho observable que, en la práctica, la seguridad del Sistema toma preferencia ante los demás factores involucrados en la determinación de la actitud de los medios. Por ejemplo, si un redactor de una revista de actualidad se fija en el “movimiento de milicias”, puede o no simpatizar personalmente con algunas de sus reivindicaciones y metas, pero también ve que habrá un fuerte consenso entre sus patrocinadores y colegas de los medios respecto a que el “movimiento de milicia” es potencialmente peligroso para el Sistema y por lo tanto debe ser rechazado. Bajo estas circunstancias, él sabe que es mejor que su revista adopte una actitud negativa hacia el “movimiento de milicia». La actitud negativa de los medios es presumiblemente una parte de la razón por la que el “movimiento de milicia” ha caído.

 

Cuando el mismo redactor se fija en las radicales feministas ve que algunas de sus propuestas más extremas serían peligrosas para el Sistema, pero también ve que las feministas albergan una parte muy útil para el Sistema. La participación de la mujer en el mundo tecnológico y empresarial les integra mejor en el Sistema a ellas y a sus familias. Sus aptitudes pasan a servir al Sistema en los asuntos técnicos y de negocios. El énfasis que ponen las feministas en acabar con la violencia doméstica y las violaciones también responde a las necesidades del Sistema, ya que el maltrato y las violaciones, como otras formas de violencia, son peligrosas para el Sistema. Quizá más importante aún, el redactor reconoce la nimiedad e insignificancia del trabajo doméstico moderno, y ve que el aislamiento social del ama de casa moderna puede desencadenar frustración en muchas mujeres; frustración que causará problemas al Sistema, a no ser que se les permita recurrir a la salida de desarrollar una carrera en el mundo técnico y empresarial.

 

Incluso si el redactor es del tipo machote, que personalmente se siente más cómodo con la mujer en una posición subordinada, sabe que el feminismo, al menos en una forma relativamente moderada, es bueno para el Sistema. Sabe que la postura de su editorial debe ser favorable respecto al feminismo moderado, pues de otro modo se enfrentaría al rechazo de sus patrocinadores y demás personas influyentes. Es por esto por lo que la actitud de los medios mayoritarios normalmente ha consistido en apoyar al feminismo moderado, luego una mezcla respecto al feminismo radical, y finalmente una respuesta totalmente hostil frente a las posiciones feministas más extremistas. A través de este tipo de procesos, los movimientos rebeldes que son peligrosos para el Sistema están sujetos a propaganda negativa, mientras que los movimientos rebeldes que se cree que son útiles para el Sistema reciben un apoyo prudente desde los medios. La absorción inconsciente de la propaganda proveniente de los medios induce a los aspirantes a rebelde a “rebelarse” de una manera que en realidad sirve a los intereses del Sistema.

 

Los intelectuales de las universidades también juegan un rol importante en la realización del truco más ingenioso del Sistema: Aunque les guste fantasear con que son pensadores independientes, los intelectuales son (salvo excepciones puntuales) el grupo más sobresocializado, el más conformista, el más dócil y domesticado, el más mimado, dependiente y endeble de todos los grupos en la América de hoy en día. Como resultado, su impuso por rebelarse es particularmente fuerte. Pero, como son incapaces de pensar de manera independiente, la rebelión real se torna imposible para ellos. En consecuencia, están enganchados al truco del Sistema, ya que les permite irritar a la gente y disfrutar de la ilusión de rebelarse sin tener que cambiar jamás los valores básicos del Sistema. Como son los profesores de gente joven, están en posición de ayudar al Sistema a utilizar su truco para engañar a los jóvenes, cosa que hacen al canalizar los impulsos rebeldes de dichos jóvenes hacia objetivos estándar estereotipados: racismo, colonialismo, asuntos femeninos, etc. La gente joven que no es estudiante de la universidad, a través de los medios o del contacto personal, aprende sobre esos temas de “justicia social” por los que los estudiantes se rebelan, e imitan a dichos estudiantes. Así se convierte una cultura juvenil en un modo estereotipado de rebelión que se propaga mediante la imitación de los colegas, del mismo modo que los peinados, la ropa, y otras modas también se propagan mediante la imitación.

4. El truco no es perfecto

 

Como es natural, el truco del Sistema no funciona a la perfección. No todas las posiciones adoptadas por la comunidad “activista” son compatibles con las necesidades del Sistema. A este respecto, algunas de las dificultades más importantes a las que el Sistema hace frente están relacionadas con el conflicto entre los dos tipos distintos de propaganda que el Sistema debe usar, propaganda de integración y propaganda de agitación.[4]

 

La propaganda de integración es el principal mecanismo de socialización en la sociedad moderna. Es propaganda que está diseñada para inculcar en la gente las actitudes, creencias, valores y hábitos que necesitan tener, con el fin de ser herramientas del Sistema útiles y seguras. Enseña a la gente a reprimir o sublimar permanentemente aquellos impulsos emocionales que sean peligrosos para el Sistema. Está más enfocada a actitudes de largo plazo y valores profundamente arraigados de gran aplicación, que a las actitudes frente a temas específicos y actuales. La propaganda de agitación se aprovecha de las emociones de la gente para despertar en ellos ciertas actitudes o comportamientos frente a temas actuales y específicos. En vez de enseñar a la gente a reprimir sus impulsos emocionales peligrosos, busca estimular ciertas emociones para unos propósitos bien definidos y localizados temporalmente.

 

El Sistema necesita una población disciplinada, dócil, cooperativa, pasiva y dependiente. Sobre todo requiere una población pacífica, ya que necesita que el gobierno tenga el monopolio del uso de la fuerza física. Por esta razón, la propaganda de integración nos dice que debemos horrorizarnos, asustarnos y espantarnos de la violencia, y así no nos veremos tentados a usarla ni siquiera cuando estemos muy enfadados. (Por “violencia” me refiero a los ataques físicos hacia seres humanos.) De una manera más general, la propaganda de integración nos ha de enseñar valores dulces y cariñosos, que enfaticen la falta de agresividad, la interdependencia, y la cooperación.

 

Por otra parte, en ciertos contextos el propio Sistema encuentra útil o necesario el recurrir a métodos agresivos y brutales para alcanzar sus propios objetivos. El ejemplo más obvio de esos métodos es la guerra. En tiempo de guerra el Sistema se apoya en la propaganda de agitación: Para ganar el apoyo popular respecto a una acción militar, se aprovecha de las emociones de la gente para hacer que se sientan asustados y furiosos con su real o hipotético enemigo.

 

Llegada esta situación se crea un conflicto entre la propaganda de integración y la propaganda de agitación. A aquella gente en la que calaron profundamente los tiernos valores del rechazo a la violencia no se le puede persuadir fácilmente para que dé su aprobación a una cruenta operación militar. Y aquí, en cierta medida, al truco del Sistema le sale el tiro por la culata. Los activistas, que se habían estado “rebelando” en pro de los valores de la propaganda de integración, continúan haciéndolo durante la guerra. Se oponen a la guerra no solo porque es violenta, sino porque es “racista”, “colonialista”, “imperialista”, etc. que son cosas contrarias a los valores dulces y cariñosos que la propaganda de integración les enseñó.

 

Al truco del Sistema también le sale el tiro por la culata en lo que concierne al trato de animales. Inevitablemente, mucha gente extrapola a los animales esos valores dulces de aversión a la violencia que les fueron enseñados respecto a los humanos. Les horroriza la matanza de animales para comer y otras prácticas dañinas para estos, como la reducción de la gallina a la categoría de máquina ponedora de huevos almacenada en minúsculas celdas, o el uso de animales para experimentos científicos. Hasta un punto, la oposición resultante al maltrato de animales puede ser útil para el Sistema: debido a que una dieta vegana es más eficiente en términos de utilización de recursos que una carnívora, el veganismo, si fuera ampliamente aceptado, ayudaría a llevar con mayor facilidad la carga que supone la limitación de los recursos de La Tierra con respecto al crecimiento demográfico. Pero activistas, el insistir en acabar con el uso de animales para experimentos científicos entra en conflicto directo con las necesidades del Sistema, ya que en las previsiones de futuro no se contempla a ningún sustituto factible que reemplace a los animales como sujetos de investigación. Sin embargo, el hecho de que al truco del Sistema le salga algún que otro tiro por la culata, no evita que globalmente sea un dispositivo increíblemente eficaz para inhibir los impulsos rebeldes en provecho del Sistema.

 

Hay que reconocer que el truco descrito aquí no es el único factor determinante respecto a la dirección que toman los impulsos rebeldes en nuestra sociedad. Mucha gente de hoy en día se siente débil e impotente (por la propia razón de que en realidad el Sistema sí que nos hace débiles e impotentes), y por ello se identifican de forma obsesiva con las víctimas, con el débil y con el oprimido. Esto es en parte la razón por la que, los asuntos de persecuciones, tales como el racismo, el sexismo, la homofobia o el neocolonialismo, se han convertido en asuntos estándar del activista.

5. Un ejemplo

 

Tengo aquí un texto de antropología[5] en el que he visto varios ejemplos adecuados para mostrar la manera en la que, los intelectuales de las universidades, ayudan al Sistema con su truco al disfrazar su conformismo de crítica a la sociedad moderna. Los mejores ejemplos se encuentran entre las páginas 132 y 136, donde el autor cita, de modo “adaptado”, un artículo de una tal Rhonda Kay Williamson, una persona intersexual (que es una persona que ha nacido con características físicas tanto masculinas como femeninas).

 

Williamson declara que los indios americanos no solo aceptaban a las personas intersexuales sino que las valoraban de forma especial.[6] Ella contrasta esta actitud con la euro-americana, equiparando esta última a la actitud que sus propios padres adoptaron hacia ella. Los padres de Williamson le maltrataron cruelmente. Acabaron consiguiendo que odiara su condición de intersexual. Le dijeron que estaba “maldita y en manos del demonio”, y le llevaban a iglesias carismáticas para que le extirparan al “demonio”. Incluso le daban paños en los que se suponía que tenía que “expulsar al demonio tosiendo”.

 

Pero obviamente, resulta ridículo equiparar esto con la actitud euro-americana. Podría aproximarse a la actitud euro-americana de hace 150 años, pero actualmente en América casi cualquier educador, psicólogo, o clérigo mayoritario, quedaría horrorizado al presenciar ese trato hacia una persona intersexual. Los medios de comunicación no retratarían dicha actitud bajo una óptica favorable ni en sueños. El típico americano de clase media de nuestros días, puede que no acepte la intersexualidad como lo hacían los indios, pero solo unos pocos no reconocerían la crueldad presente en el tipo de trato que recibió Williamson.

 

Obviamente los padres de Williamson eran desviados, unos majaretas religiosos cuyas actitudes y creencias traspasaban el límite impuesto por los valores del Sistema. Así, mientras Williamson se dedica a fingir una crítica a la sociedad euro-americana moderna, lo que en realidad hace es atacar solo a la minoría de desviados y a las culturas rezagadas que aún no se han adaptado a los valores dominantes de la América de hoy en día.

 

Haviland, el autor del libro, en la página 12 retrata a la antropología cultural como iconoclasta, como desafiante respecto a los supuestos asumidos de la sociedad occidental. Esto se aleja tanto de la verdad que sería incluso gracioso si no fuera tan patético. La corriente principal de la antropología americana moderna se encuentra bajo una miserable sumisión a los valores del Sistema y a los supuestos asumidos por este. Cuando los antropólogos de hoy en día pretenden poner en tela de juicio a los valores de su sociedad, lo más normal es que solo lo hagan con valores del pasado, obsoletos y pasados de moda, que en la actualidad no son defendidos por nadie, excepto por desviados y rezagados que dejaron de seguir los cambios culturales que el Sistema requiere que aceptemos.

 

El uso que hace Haviland del artículo de Williamson ilustra todo esto muy bien, y representa la línea general de todo su libro. Haviland da la lata con hechos etnográficos que enseñan lecciones políticamente correctas a sus lectores, pero desestima u omite todos los hechos etnográficos que son políticamente incorrectos. Así, mientras cita el apunte que hacía Williamson enfatizando que los indios aceptaban a las personas intersexuales, no menciona, por ejemplo, que entre muchas tribus indias a la mujer que cometía adulterio se le cortaba la nariz,[7] mientras que el hombre adúltero no recibía castigo alguno; o que entre la tribu corneja (Crow en inglés, Absaroka en nativo) el guerrero que recibiera un ataque por parte de un extranjero, debería matarle inmediatamente, o si no quedaría irreversiblemente deshonrado a ojos de su tribu;[8] Haviland tampoco debate sobre el uso habitual de la tortura por parte de los indios del Este de Estados Unidos.[9] Por supuesto, los hechos de este tipo representan violencia, machismo, y discriminación sexual, por lo que son incompatibles con los valores actuales del Sistema, y tienden a ser censurados por ser políticamente incorrectos. Pero no dudo de que Haviland sea totalmente sincero cuando dice creer que los antropólogos ponen en tela de juicio los supuestos asumidos por la sociedad occidental. Es fácil que la capacidad de autoengaño de los intelectuales de nuestras universidades llegue hasta ese punto.

 

En conclusión, quiero dejar claro que no estoy sugiriendo ni que sea bueno cortar narices por cometer adulterio, ni que se deba tolerar ningún otro abuso contra la mujer, ni que me gustaría ver a gente marginada o rechazada, ya sea porque son intersexuales o por su raza, religión, orientación sexual, etc., etc., etc. Pero en nuestra sociedad actual, esos problemas son, como mucho, cuestiones reformistas. El truco más ingenioso del Sistema consiste en encauzar hacia estas modestas reformas los impulsos rebeldes, que, de otro modo, podrían llevar a la acción revolucionaria

 

 

Notas

 

[1] Jacques Ellul, La Sociedad Tecnológica (The Technological Society), traducida por John Wilkinson, editada por Alfred A. Knopf, Nueva York, 1964, página 427.

[2] Bastaría con llevar a cabo un mínimo repaso de los medios de comunicación de masas dentro de los países industrializados modernos, o incluso dentro de los países que meramente aspiran a la modernidad, para confirmar que el Sistema está totalmente volcado en la tarea de eliminar la discriminación en función a la raza, religión, género, orientación sexual, etc., etc., etc. Resultaría fácil encontrar miles de ejemplos que ilustraran este hecho, pero aquí solo se citarán tres, provenientes de tres países dispares. El Sistema necesita que la población sea sumisa, pacífica, domesticada, dócil, y obediente. Necesita evitar cualquier tipo de conflicto o altercado que pudiera interferir con el normal funcionamiento del aparato social. Además de poner freno a las hostilidades raciales, étnicas o religiosas, también tiene que acallar o amarrar, por su propio bien, a cualquier otra tendencia que pudiera derivar en desorden o altercados, tales como el machismo, la agresividad, o cualquier tipo de predisposición por la violencia. Naturalmente, los tradicionales antagonismos étnicos y raciales tardan en morir; el machismo, la agresividad y los impulsos violentos no son fáciles de eliminar; y las diversas actitudes frente a la identidad sexual y de género, no cambian de la noche a la mañana. Así pues sigue habiendo muchos individuos que se resisten a estos cambios, y el Sistema se enfrenta al problema que supone intentar abatir dicha resistencia.

[3] En esta sección he mencionado lo que el Sistema no es, pero no he dicho lo que es. Un amigo mío me ha señalado que esto podría desconcertar al lector, así que será mejor que aclare que, para el propósito de este artículo, no es necesaria una definición precisa acerca de qué es el Sistema. No se me ocurre ni una sola manera de definir al Sistema en una sola frase cerrada y armoniosa, sin que, el hecho de abordar la cuestión de qué es el Sistema, supusiese a la vez la interrupción del curso del artículo con una digresión larga, intrincada e innecesaria; así que dejo ese asunto sin responder. No creo que mi falta de respuesta afecte a la comprensión del lector respecto a la idea que quise tratar en este artículo.

[4] Jacques Ellul debate los conceptos de “propaganda de integración” y “propaganda de agitación” en su libro Propaganda, editado por Alfred A. Knopf en 1965.

[5] William A. Haviland, Antropología Cultural, novena edicion, Harcourt Brace & Company, 1999.

[6] Asumo que esta afirmación es precisa. Ciertamente refleja la actitud de los Navajo. Véase Gladys A. Reichard, Navaho Religion: A Study of Symbolism, Princeton University Press, 1990, página 141. Este libro tiene un copyright original de 1950, bastante antes de que los antropólogos acabaran fuertemente politizados, así que no veo razón para suponer que dicha información ha sido sesgada.

[7] Esto es de sobra conocido. Algunos ejemplos: Angie Debo, Geronimo: The Man, His Time, His Place, University of Oklahoma Press, 1976, pag. 225; Thomas B. Marquis (intérprete), Wooden Leg: A Warrior Who Fought Custer, Bison Books, University of Nebraska Press, 1967, pag. 97; Stanley Vestal, Sitting Bull, Champion of the Sioux: A Biography, University of Oklahoma Press, 1989, pag. 6; The New Encyclopedia Britannica, Vol. 13, Macropaedia, 15th Edition, 1997, artículo “American Peoples, Native”, pag. 380.

[8] Osborne Russell, Journal of a Trapper, edición Bison Books, pag. 147.

[9] El uso de la tortura por parte de los indios del Este de EE.UU. es de sobra conocido. Véanse los siguientes ejemplos: Clark Wissler, Indians of the United States, Revised Edition, Anchor Books, Random House, New York, 1989, pags. 131, 140, 145, 165,282; Joseph Campbell, The Power of Myth, Anchor Books, Random House, New York, 1988, pag. 135; The New Encyclopedia Britannica, Vol. 13, Macropaedia, 15th Edition, 1997, article “American Peoples, Native”, pag. 385; James Axtell, The Invasion Within: The Contest of Cultures in Colonial North America, Oxford University Press, 1985, cita de página no disponible.

Extraído de la Biblioteca Anarquista.

La cultura considerada desde el punto de vista histórico.

Gilles Deleuze

 

Hemos hecho como si la cultura fuera de la prehistoria a la posthistoria. La hemos considerado como una actividad genérica que, por una larga labor de la prehistoria, llegase al individuo como a su producto post-histórico. Y en efecto, ésta es su esencia, conforme a la superioridad de las fuerzas activas sobre las fuerzas reactivas. Pero hemos descuidado un punto importante. De la cultura hay que decir al mismo tiempo que ha desaparecido desde hace mucho tiempo y que todavía no ha empezado. La actividad genérica se pierde en la noche del pasado, como su producto en la noche del futuro. La cultura en la historia recibe un sentido muy diferente de su propia esencia, al ser capturada por fuerzas muy diferente de su propia esencia, al ser capturada por fuerzas extrañas de naturaleza totalmente diversa. La actividad genérica en la historia no se separa de un movimiento que la desnaturaliza, y que desnaturaliza su producto. Aún más, la historia es esta propia desnaturalización, se confunde con la «degeneración de la cultura». En vez de la actividad genérica, la historia nos presenta razas, pueblos, clases, Iglesias y Estados. Sobre la actividad genérica se incorporan organizaciones sociales, asociaciones, comunidades de carácter reactivo, parásitos que vienen a recubrirla y a absorberla. Gracias a la actividad genérica, de la que falsean el movimiento, las fuerzas reactivas forman colectividades, lo que Nietzsche llama «rebaños» (1). En vez de la justicia y de su proceso de autodestrucción, la historia nos presenta sociedades que no quieren perecer y que no imaginan nada superior a sus leyes. ¿Qué Estado escucharía el consejo de Zaratustra: «dejaros invertir»? (2). La ley se confunde en la historia con el contenido que la determina, contenido reactivo que la lastra y le impide desaparecer, excepto en provecho de otros contenidos, más estúpidos y más pesantes. En vez del individuo soberano como producto de la cultura, la historia nos presenta su propio producto, el hombre domesticado en el que ésta encuentra el famoso sentido de la historia: «el sublime aborto», «el animal gregario, ser dócil, enfermizo, mediocre, el europeo de hoy» (3). Toda la violencia de la cultura, la historia nos la presenta como la propiedad legítima de los pueblos, de los Estados y de las Iglesias, como la manifestación de su fuerza. Y de hecho, se utilizan todos los procedimientos de adiestramiento, pero desviados, invertidos. Una moral, una Iglesia, un Estado, siguen siendo empresas de selección, teoría de la jerarquía. En las leyes más estúpidas, en las comunidades más limitadas, se trata todavía de adiestrar al hombre y utilizar sus fuerzas reactivas. Pero, ¿Utilizarlas para qué? ¿operar qué adiestramiento y qué selección? Se utilizan procedimientos de adiestramiento, pero para hacer del hombre un animal gregario, una criatura dócil y domesticada. Se utilizan procedimientos de selección, pero para destrozar a los fuertes, para escoger a los débiles, a los dolientes o a los esclavos. La selección y la jerarquía se invierten. La selección se convierte en lo contrario de lo que era desde el punto de vista de la actividad, no es más que un medio de conservar, de organizar, de propagar la vida reactiva (4).

La historia aparece pues como el acto por el que las fuerzas reactivas se apoderan de la cultura o la desvían de su provecho. El triunfo de las fuerzas reactivas no es un accidente en la historia, sino el principio y el sentido de «la historia universal». Esta idea de una degeneración histórica de la cultura ocupa en la obra de Nietzsche un lugar predominante: servirá de argumento en su lucha contra la filosofía dela historia y contra la dialéctica. Inspira la decepción de Nietzsche: de «griega» la cultura se convierte en «alemana»… Desde las Consideraciones Intempestivas Nietzsche intenta explicar por qué y cómo la cultura pasa al servicio de las fuerzas reactivas que la desnaturalizan (5). Con mayor profundidad Zarathustra desarrolla un símbolo oscuro: El perro de fuego (6). El perro de fuego es la imagen de la actividad genérica, expresa la relación del hombre con la tierra. Pero precisamente la tierra tiene dos enfermedades, el hombre y el propio perro de fuego. Porque el hombre es el hombre domesticado; la actividad genérica es la actividad deformada, desnaturalizada, que se pone al servicio de las fuerzas reactivas, que se confunde con el Estado, con la Iglesia. «¿Iglesia? Es una especie de Estado, y la especie más mentirosa. Pero cállate, perro hipócrita, ¡conoces a tu especie mejor que nadie! El Estado es un perro hipócrita como tú mismo; como a ti, le gusta hablar entre humo y gritos, para hacer creer, como tú, que su palabra sale de las entrañas de las cosas. Porque el Estado quiere absolutamente ser la bestia más importante sobre la tierra; y se le cree». Zarathustra recurre a otro perro de fuego: «Aquél habla realmente desde el centro de la tierra». ¿Se trata una vez más de la actividad genérica? Pero, esta vez, ¿de la actividad genérica captada en el elemento de la prehistoria, al que corresponde el hombre en tanto que producido en el elemento posthistoria? Aunque insuficiente, esta interpretación merece ser considerada. En las Consideraciones inactuales, Nietzsche depositaba ya su confianza en el «elemento no histórico y suprahistórico de la cultura» (lo que el llamaba el sentido griego de la cultura) (7).

 

A decir verdad, hay un cierto número de preguntas a la que no estamos todavía en condiciones de responder. ¿Cuál es el estatuto de este doble elemento de la cultura? ¿Tiene una realidad? ¿Es algo más que una «vision» de Zarathustra? La cultura no se separa en la historia del movimiento que las desnaturaliza y la pone al servicio de las fuerzas reactivas; pero la cultura no se separa tampoco de la propia historia. La actividad de la cultura, la actividad genérica del hombre: ¿no es una simple idea? Si el hombre es esencialmente (es decir genéricamente) un ser reactivo. ¿Cómo podría tener, o incluso haber tenido una prehistoria, una actividad genérica? ¿Como podría aparecer incluso en una poshistoria, un hombre activo? Si el hombre es esencialmente reactivo, parece que la actividad deba concernir a un ser distinto del hombre. Si el hombre, al contrario, tiene una actividad genérica, parece que ésta no pueda ser deformada más que de manera accidental. Por el momento lo único que podemos hacer es una recensión de las tesis de Nietzsche, dejando para más el cuidado de buscarles su significación: el hombre es esencialmente reactivo; no deja de haber una actividad genérica del hombre, pero necesariamente deformada, fracasando necesariamente en su finalidad, desembocando en el hombre domesticado; esta actividad debe ser considera en otro plano, plano sobre el que produce, pero sobre el que produce algo distinto del hombre.

 

Sin embargo, ya es posible explicar por qué la actividad genérica cae necesariamente en la historia y acaba en beneficio de las fuerzas reactivas. Si el esquema de las Consideraciones inactuales es insuficiente, la obra de Nietzsche presenta otras direcciones en las que puede hallarse una solución. La actividad de la cultura se propone adiestrar al hombre, es decir, darle fuerzas reactivas aptas para servir, para ser activadas. Pero, durante el adiestramiento, esta aptitud para servir es profundamente ambigua. Ya que permite al mismos tiempo a las fuerzas reactivas ponerse al servicio de otras fuerzas reactivas, dar a éstas una apariencia de actividad, una apariencia de justicia, formar con ellas una ficción que prevalece sobre las fuerzas activas, Recuérdese que en el resentimiento, ciertas fuerzas reactivas impedían a otras fuerzas reactivas ser activadas. La mala consciencia utiliza para el mismo fin medios casi opuestos: en la mala consciencia, las fuerzas reactivas se sirve de su aptitud para ser activadas, para conceder a otras fuerzas reactivas un aire de activar. No hay menos ficción en este procedimiento que en el procedimiento del resentimiento. Así es como se forman, gracias a la actividad genérica, las asociaciones de fuerzas reactivas. Éstas se incorporar a la actividad genérica y necesariamente la desvían de su sentido. Las fuerzas reactivas, gracias al adiestramiento, encuentran una ocasión prodigiosa: la ocasión de asociarse, de formar una reacción colectiva usurpando la actividad genérica.

 

 

Notas:

  1. GM, III, 18.
  2. Z, II: «Grandes acontecimientos».
  3. BM, 62. GM, II, 11.
  4. GM, II, 13-20. BM, 62.
  5. CO. Inactuales, II «Schopenhauer educador», Nietzsche explica el desvió de la cultura al invocar «tres egoísmos»: el egoísmo de los compradores, el egoísmo de Estado y el egoísmo de la ciencia.
  6.  Z, II, «Grandes acontecimiento».
  7. Co. Inactuales, I, «Sobre la utilidad y la conveniencia de los estudios históricos», 10 y 8.

 

Del libro «Nietzsche y la filosofía».


La cultura considerada desde el punto de vista poshistórico.

Gilles Deleuze

 

Planteábamos un problema concerniente a la mala consciencia. La línea genética de la cultura no parecía acercarnos absolutamente a una solución. Al contrario: la conclusión más evidente es que ni la mala consciencia ni el resentimiento intervienen en el proceso de la cultura y de la justicia. «La mala conciencia, la planta más extraña y más interesante de nuestra flora terrestre, no tiene su raíz en este suelo» (1). Por una parte la justicia no tiene por origen en absoluto a la venganza, al resentimiento. Los moralistas, incluso los socialistas, llegan a hacer derivar la justicia de un sentimiento reactivo: sentimiento de la ofensa recibida, espíritu de venganza, reacción justiciera. Pero semejante derivación no explicada nada: quedaría por demostrar cómo el dolor del otro puede ser una satisfacción, una reparación para la venganza. Y no se llegará a comprender nunca la cruel ecuación pena infligida= dolor sufrido, si no se introduce un tercer termino, el placer que se experimenta al infligir o contemplar un dolor (2). Pero este tercer termino, sentido externo del dolor, tiene también un origen totalmente distinto de la venganza o de la reacción: remite a un punto de vista activo, a fuerzas activas, que tienen como función y como placer el adiestrar las fuerzas reactivas. La justicia es la actividad genérica que adiestra a las fuerzas reactivas del hombre, que las hace aptas para ser activadas y considera al hombre responsable de esta misma aptitud. A la justicia se le opondrá la manera en que el resentimiento, y después la mala conciencia, se forman: por el triunfo de las fuerzas reactivas, por su ineptitud para ser activadas, por su odio hacia todo lo que es activo, por su resistencia, por su injusticia constitucional. Del mismo modo el resentimiento, lejos de ser el origen de la justicia «es el ultimo dominio conquistado por el espíritu de justicia… El hombre activo, agresivo, incluso violentamente agresivo, está cien veces más dispuesto para la justicia, que el hombre reactivo» (3).

 

Así como la justicia no tiene por origen el resentimiento, tampoco el castigo tiene por producto la mala conciencia. Sea cual sea la multiplicidad de los sentido de castigo, siempre hay un sentido que el castigo no tiene. El castigo no tiene propiedad de despertar en el culpable el sentimiento de culpa. «El verdadero remordimiento es excesivamente raro, en particular entre los malhechores y criminales; las prisiones, las cárceles no son los lugares adecuados para la eclosión de este gusano que corroe… En general, el castigo enfría y endurece, concentra; agudiza los sentimiento de aversión, aumenta la fuerza de resistencia. Si ocurre que destroza la energía y aporta una lastimosa postración, una  humillación voluntaria, semejante resultado es, desde luego, aún menos edificante que el efecto medio del castigo: es, con más frecuencia, una gravedad seca y triste. Si nos trasladamos ahora aquellos millares de años que preceden a la historia del hombre, pretenderemos con mucho atrevimiento que es el castigo quien ha retrasado más poderosamente el desarrollo del sentimiento de culpabilidad, al menos entre las victimas de las autoridades represivas» (4). Opondremos, punto por punto, el estado de la cultura donde el hombre, al precio de su dolor, se siente responsable de sus fuerzas reactivas, y el estado de la mala conciencia donde el hombre, al contrario, se siente culpable de sus fuerzas activas y las vive como culpables. De cualquier modo que consideremos la cultura o la justicia, siempre vemos en ella el ejercicio de una actividad formadora, lo contrario del resentimiento, de la mala conciencia.

 

Esta impresión se refuerza aún más si consideramos el producto de la actividad cultural: el hombre activo y libre, el hombre que puede prometer. Del mismo que la cultura es el elemento prehistórico del hombre, el producto de la cultura es el elemento post-histórico del hombre. «Situémonos al límite del enorme proceso, en el lugar donde el árbol madura finalmente sus frutos, donde la sociedad y la moralidad de sus costumbres presentar finalmente este por qué no eran más que medios; y hallaremos que el fruto más maduro del árbol es el individuo soberano, el individuo que se parece sólo así mismo, el individuo liberado de la moralidad de las costumbres, el individuo autónomo y super-moral (ya que autónomo y moral se excluyen), en resumen, el hombre con voluntad propia, independiente y persistente, el hombre que puede prometer» (5). Nietzsche nos advierte aquí que no hay que confundir el producto de la cultura con su medio. La actividad genérica del hombre constituye al hombre como responsable de sus fuerzas reactivas: responsabilidad-deuda. Pero esta responsabilidad es sólo un medio de adiestramiento y de selección: mide progresivamente la aptitud de las fuerzas reactivas para ser activadas. El producto acabado de la actividad genérica no es de ningún modo el propio hombre responsable o el hombre moral, sino el hombre autónomo o super-moral, es decir, el que verdaderamente activa sus fuerzas reactivas y en quien todas las fuerzas reactivas son activadas. Sólo éste «puede» prometer, precisamente porque ya no es responsable ante ningún tribunal. El producto de la cultura no es el hombre que obedece a la ley, sino el individuo soberano y legislador que se define por el poder sobre sí mismo, sobre el destino, sobre la ley: el libre, el ligero, el irresponsable. En Nietzsche la noción de responsabilidad, incluso bajo su forma superior, tiene el valor limitado de un simple medio: el individuo autónomo  ya no es responsable de sus fuerzas reactivas ante la justicia, es su señor, su soberano, su legislador, su autor y su actor. Él es quien habla, no tiene por qué responder. La responsabilidad-deuda no tiene más sentido activo que el desaparecer en el movimiento mediante el cual el hombre se libera: el acreedor se libera porque participa del derecho de los señores, el deudor se libera, incluso al precio de su carne y de su dolor; ambos se liberan, se separan del proceso que les ha hecho crecer (6). Éste es el movimiento general de la cultura: que el medio desaparece en el producto. La responsabilidad como responsabilidad ante la ley, la ley como de la justicia, la justicia como medio de la cultura. La moralidad de las costumbres produce al hombre liberado de la moralidad de las costumbres, el espíritu de las leyes produce el hombre liberado de la ley. Por eso Nietzsche habla de una auto-destrucción de la justicia (7). La cultura es la actividad genérica del hombre, pero al ser todo esta actividad selectiva, produce al individuo como a su objetivo final donde lo genérico es suprimido.

 

 

NOTAS

 

  1. GM, II, 14.
  2. GM, II, 6: «El que, pesadamente, introduce aquí la idea de venganza en lugar de disipar las tinieblas las hace más densas. La vengan remite al mismo problema: ¿Cómo el hacer sufrir puede ser una reparación?» He aquí lo que les falta a la mayoría de las teorías: demostrar desde qué punto de vista «hacer sufrir» provoca placer.
  3. GM, II, 11: «El derecho sobre la tierra es precisamente el emblema de la lucha contra los sentimientos reactivos, de la guerra que los poderes activo y agresivos hacen a estos sentimientos».
  4.  GM, II, 14.
  5. GM, II, 2.
  6. GM, II, 5, 13 y 21.
  7. GM, II, 10: La justicia «acaba, como cualquier cosa excelente en este mundo, por destruirse a sí misma».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del mencionado autor.


La cultura considerada desde el punto de vista prehistórico.

Por Gilles Deleuze

 

Cultura significa adiestramiento y selección. Nietzsche llama al movimiento de la cultura «Moralidad de las costumbres» (1); ésta no es separable de las picotas, de las torturas, de los atroces medios que sirven para adiestrar al hombre. Pero en este violento adiestramiento, la mirada del genealogista distingue dos elementos (2): 1) Aquello a lo que se obedece, en un pueblo, una raza o una clase, es siempre histórico, arbitrario, grotesco, estúpido y limitado; frecuentemente representa las peores fuerzas reactivas; 2) Pero en el hecho de que se obedezca a algo, poco importa a qué, aparece un principio que supera a los pueblos, las razas y las clases. Obedecer a la ley porque es la ley: la forma de la ley significa que cierta actividad, cierta fuerza activa, viene ejercida sobre el hombre y se fija por tarea adiestrarlo. Aunque inseparables de la historia, estos dos aspectos no deben confundirse: por una parte, la presión histórica de un Estado, de una Iglesia, etc. La actividad del hombre como ser genérico, la actividad de la especie humana en tanto que ejercida sobre el individuo como tal. De aquí la utilización por Nietzsche de las palabras «primitivo», «prehistórico»; la moralidad de las costumbres precede a la historia universal (3); la cultura es la actividad genérica, «el verdadero trabajo del hombre sobre sí mismo durante el periodo más largo de la especie humana, todo su trabajo prehistórico.., sea cual sea por otra parte el grado de crueldad, de tiranía, de estupidez y de idiotez que lleve consigo» (4). Cualquier ley histórica es arbitraria,  pero lo que no es arbitrario, lo que es prehistórico y genérico, es la ley de obedecer a las leyes (Bergson insistirá sobre esta tesis, cuando demuestra en Las dos fuentes que cualquier hábito es arbitrario, pero que es natural el hábito de tomar hábitos).

 

Prehistórico significa genérico. La cultura es la actividad prehistórica del hombre. Pero, ¿en qué consiste esta actividad? Se trata siempre de proporcionar hábito al hombre, hacerle obedecer a leyes, de adiestrarlo.  Adiestrar al hombre significa formarlo de tal manera que sea capaz de activar sus fuerzas reactivas. En principio la actividad de la cultura se ejerce sobre las fuerzas reactivas, les proporciona hábitos y les impone modelos, para hacerlas aptas de ser activadas. La cultura como tal se ejerce en varias direcciones. Acomete incluso a las fuerzas reactivas del inconsciente, a las fuerzas digestivas e intestinales más recónditas (régimen alimenticio y algo parecido a lo que Freud llamará La educación de los esfínteres) (5). Pero su objetivo principal es reforzar la consciencia. A esta conciencia que se define por el carácter fugitivo de las excitaciones, a esta conciencia que se apoya en la facultad del olvido, hay que darle una consistencia y una dureza que no posee en sí misma. La cultura dota a la conciencia de una nueva facultad que en apariencia se opone a la facultad del olvido: la memoria (6). Pero la memoria de la que ahora se trata no es la memoria de las huellas.  Esta memoria original ya no es función del pasado, sino función del futuro. No es memoria de la sensibilidad, sino de la voluntad. No es memoria de las huellas, sino de las palabras. Es facultad de prometer, compromiso del futuro, recuerdo del propio futuro. Acordarse de la promesa que se ha hecho no es recordar que se ha hecho en un determinado momento pasado, sino que hay que mantenerla hasta un determinado momento futuro. Éste es precisamente el objeto selectivo de la cultura: formar un hombre capaz de prometer, o sea, de disponer del futuro, un hombre libre y poderoso. Sólo un hombre así es activo, activa sus reacciones, todo en él es activo o activado. La facultad de prometer es el efecto de la cultura como actividad del hombre sobre el hombre, el hombre que puede prometer es el producto de la cultura como actividad genérica.

 

Entendemos ahora por qué la cultura, en principio, no retrocede ante ninguna violencia: «Quizá no hay nada tan terrible y tan inquietante en la prehistoria del hombre como su mnemotecnia… Esto no ocurría jamás sin suplicios, sin martirios ni sacrificios sangrientos, cuando el hombre juzgaba necesario crear una memoria» (8). Antes de llegar al final (el hombre libre, activo y poderoso),  cuántos suplicios son necesarios para adiestrar a las fuerzas reactivas, para obligarlas a ser activadas. La cultura siempre ha utilizado el siguiente método: hace del dolor un medio de cambio, una moneda, un equivalente; precisamente el equivalente exacto de un olvido, de una penada causada, de una promesa no mantenida (9). La cultura remitida a este medio se llama justicia; el propio medio se llama castigo. Pena causada= dolor sufrido, ésta es la ecuación del castigo que determina una relación del hombre con el hombre. Esta relación entre los hombres viene determinada, según la ecuación, como relación entre un acreedor y un deudor: la justicia hace al hombre responsable de una deuda. La relación acreedor-deudor expresa la actividad de la cultura en su proceso de adiestramiento o de formación. Esta relación, que se corresponde a la actividad prehistórica, es la relación del hombre con el hombre, «el más primitivo de los individuos», incluso anterior «a los orígenes de cualquier organización social» (10).  Aún más, sirve de modelo «a las constituciones sociales más primitivas y más groseras». Es en el crédito, no en el cambio, donde Nietzsche ve el arquetipo de la organización social. El hombre que paga con su dolor la pena que inflige, el hombre considerado responsable de una deuda, el hombre tratado como responsable de sus fuerzas reactivas: éste es el medio puesto en marcha por la cultura para seguir con su objetivo. Nietzsche nos presenta así la siguiente descendencia genética: 1) La cultura como actividad prehistórica o genérica, empresa de adiestramiento y de selección; 2) El medio puesto en marcha por esta actividad, la ecuación del castigo, la relación de la deuda, el hombre responsable. 3) El problema de esta actividad: el hombre activo, libre y poderoso, el hombre que puede prometer.

 

NOTAS

  1. A, 9.
  2. BM, 188.
  3. A, 18.
  4. GM, II, 2.
  5. EH, II: «Porque soy tan travieso».
  6. GM, II, 1: «Este animal necesariamente olvidadizo, para quien el olvido es una fuerza y la manifestación de una salud robusta, se ha creado una facultad contraria, la memoria, por la que en cienos casos, mantendrá postergado el olvido».
  7. GM, II, 1. En este punto se confirma la semejanza entre Freud y Nietzsche. Freud atribuye al «preconsciente» huelas verbales distintas de las huellas mnémicas propias del sistema inconsciente. Esta distinción le permite responder a la pregunta: «¿Cómo convenir en (pre)conscientes los elementos rechazados?» La respuesta es: «Restableciendo estos miembros intermedios preconscientes que son los recuerdos verbales». La pregunta de Nietzsche se formularía así: ¿Cómo es posible activar las fuerzas reactivas?
  8. GM, II, 3.
  9. GM, II, 4.
  10. GAF, II, 8. En la relación acreedor-deudor «la persona se opondrá por primera vez a la persona, midiéndose de persona a persona».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del autor mencionado.