El truco más ingenioso del Sistema. Tedd Kaczynski

El mayor lujo que se permitirá la sociedad de la necesidad tecnológica, será arrebatar todo beneficio que se derivara de la revuelta estéril y la sonrisa aquiescente.

Jacques Ellul [1]

 

El Sistema se ha dedicado a engañar a todos los aspirantes a revolucionario y rebelde. Su truco es tan astuto que, si se hubiera planeado conscientemente, uno tendría que admirarlo por su elegancia casi matemática.

 

1. Lo que el Sistema no es

 

Empecemos aclarando lo que el Sistema no es. El Sistema no es George W. Bush con sus consejeros y apuntadores, no son los policías que maltratan a quienes protestan, no son los presidentes de las multinacionales, y no son los Frankesteins que en sus laboratorios llevan a cabo sus juegos criminales con los genes de seres vivos. Todos estos son lacayos del Sistema, pero por sí solos no constituyen el Sistema. Precisamente, los valores individuales y personales, así como las actitudes, las creencias y el comportamiento de esta gente, podrían significar un conflicto considerable frente a las necesidades del Sistema.

 

Ilustrando el caso con un ejemplo, el Sistema necesita que se respete el derecho a la propiedad, pero aún así esos presidentes, policías, científicos y políticos, a veces roban. (Al hablar de robar, no nos limitamos a la sustracción de objetos físicos. Podríamos incluir las propiedades adquiridas con fines ilegales, como evadir el impuesto sobre la renta, aceptar sobornos, y algún otro tipo de chanchullos y corrupción.) Pero el hecho de que esos presidentes, policías, científicos y políticos a veces roben, no significa que robar sea parte del Sistema. Al contrario, cuando un policía o un político roba algo, se está rebelando contra la necesidad que tiene el Sistema de que se respete la ley y la propiedad. Pero, incluso cuando roban, estas personas permanecen fieles al Sistema en la medida en que, de cara al público, mantienen su apoyo personal a la ley y la propiedad.

 

Da igual el acto ilegal que cometan los políticos, policías o empresarios, en calidad de individuos; el robo, los sobornos, y los chanchullos no son parte del Sistema sino males que le aquejan. Cuanto menos robo hay, mejor funciona el Sistema; y ese es el motivo por el que los lacayos y promotores del Sistema siempre abogan por el cumplimiento de la ley de cara al público, incluso cuando a veces ellos mismos encuentran conveniente quebrantarla en privado.

 

Y pondré otro ejemplo. Aunque los policías sean los matones del Sistema, la brutalidad policial no es parte del Sistema. Cuando los policías dejan hecho mierda a un sospechoso a base de palizas, no están haciendo el trabajo del Sistema, solo están dejando fluir su propia ira y hostilidad. La meta del Sistema no es ni la brutalidad, ni las demostraciones de ira. En lo que concierne al trabajo policial, la meta del Sistema es imponer la obediencia a sus normas, y hacerlo sin dilación, con la menor violencia posible, y evitando crearse mala publicidad. Así, desde el punto de vista del Sistema, el policía ideal sería aquel que nunca se enfadara, que nunca usara más violencia de la necesaria, y que, en la medida de lo posible, recurra a la manipulación antes que a la fuerza para mantener a la gente bajo control. La brutalidad policial solo es otro mal de los que aquejan al Sistema, no es parte de él.

 

Y como prueba tenemos la actitud de los medios de comunicación. Los medios mayoritarios condenan la brutalidad policial de una forma casi universal. Por supuesto, la actitud dichos medios representa por lo general el consenso entre las opiniones de las clases poderosas de nuestra sociedad, ya que esto es algo bueno para el Sistema.

 

Lo que acabamos de comentar acerca del robo, los chanchullos, y la brutalidad policial, también se aplica a los asuntos de discriminación y persecución, tales como racismo, sexismo, homofobia, pobreza, y explotación laboral. Todas estas cosas son malas para el Sistema. Por ejemplo, cuanto más despreciada y marginada se sienta la gente negra, más propensos serán a dedicarse al crimen y menos a dedicarse a una profesión que les convierta en alguien útil para el Sistema. La tecnología moderna, con sus rápidos transportes de larga distancia y su perturbación de los estilos de vida tradicionales, nos ha llevado a una mezcla poblacional, de modo que en nuestros días, la gente de distintas razas, nacionalidades, culturas y religiones, tiene que vivir y trabajar hombro con hombro. Si la gente se dedica a odiarse o a rechazarse los unos a los otros basándose en cuestiones de raza, etnia, religión, preferencia sexual, etc., los conflictos que resultarían de ello interferirían con el funcionamiento del Sistema. Exceptuando a algunos restos fósiles del pasado como Jesse Helms, los cabecillas del Sistema conocen este hecho perfectamente, y por eso mismo se nos enseña, tanto en la escuela como desde los medios de comunicación, que el racismo, el sexismo, la homofobia, y demás, son males sociales a erradicar.

 

Sin duda, algunos de los cabecillas del Sistema, algunos políticos, científicos y altos directivos, piensan que el lugar de la mujer está dentro de casa, o que los matrimonios homosexuales e interraciales son repugnantes. Pero incluso aunque la mayoría de ellos pensara de ese modo, no significaría que el racismo, el sexismo y la homofobia fueran parte del Sistema, tal y como la existencia del robo entre las altas esferas no significa que el robo en sí sea parte del Sistema. Igual que el Sistema debe promover el respeto por la ley y la propiedad en pro de su propia seguridad, también se ve obligado a poner freno al racismo y otros tipos de persecución por la misma razón. Es por esto por lo que el Sistema, a pesar de cualquier desviación personal por parte de los individuos que conforman su élite, está básicamente obligado a acallar la discriminación y las persecuciones.

Como prueba, observemos de nuevo la actitud de los medios de comunicación mayoritarios. Exceptuando las tímidas y breves disidencias ocasionales por parte de los pocos comentaristas atrevidos y reaccionarios, la propaganda de los medios favorece de modo abrumador la igualdad racial y sexual, y la aceptación de los matrimonios gays e interraciales.[2]

 

El Sistema necesita una población que sea mansa, no violenta, domesticada, dócil y obediente. Debe evitar cualquier conflicto o interrupción que pueda interferir con el funcionamiento ordenado de la máquina social. Además de suprimir las hostilidades raciales, étnicas, religiosas y de otro tipo, también tiene que suprimir o aprovechar para su propio beneficio todas las otras tendencias que podrían conducir a trastornos o desórdenes como el machismo, los impulsos agresivos y cualquier inclinación a la violencia.

 

Naturalmente, los antagonismos raciales y étnicos tradicionales mueren lentamente, el machismo, la agresividad y los impulsos violentos no son fácilmente suprimidos, y las actitudes hacia el sexo y la identidad de género no se transforman de la noche a la mañana. Por lo tanto hay muchas personas que resisten estos cambios, y el Sistema se enfrenta con el problema de superar su resistencia.[3]

2. Cómo explota el Sistema el impulso por rebelarse

 

Todos los que estamos dentro de la sociedad moderna nos vemos atrapados por una densa red de normas y reglamentos. Estamos a merced de grandes organizaciones, tales como empresas, gobiernos, sindicatos, universidades, iglesias, y partidos políticos, y como consecuencia nos sentimos impotentes. El resultado de la servidumbre, la impotencia y demás humillaciones que el Sistema nos inflige, es una amplia frustración, que nos impulsa a rebelarnos. Y es entonces cuando el Sistema usa su truco más ingenioso: Con un ligero movimiento de mano, convierte la rebelión en algo de lo que sacar provecho.

 

Mucha gente no comprende cuál es la raíz de su frustración, por lo que su rebelión no tiene rumbo fijo. Saben que se quieren rebelar, pero no saben “contra qué quieren rebelarse”. Afortunadamente, el Sistema es capaz de rellenar ese vacío proveyéndoles de una larga lista de estereotipadas reivindicaciones estándar contra las que rebelarse: racismo, homofobia, asuntos de la mujer, pobreza, explotación laboral… todo el cesto de la ropa sucia de asuntos “de activistas”.

 

Un gran número de aspirantes a rebelde muerden el anzuelo. Al luchar contra el racismo, el sexismo, etc., etc., solo le están haciendo el trabajo al Sistema. Aún así, ellos creen que se están rebelando contra el Sistema. ¿Cómo es posible?

 

Primero, hace cincuenta años, el Sistema no se había comprometido con causas como la igualdad para los negros, las mujeres o los homosexuales, por lo que luchar por estas causas sí era una verdadera forma de rebelión. En consecuencia, a estas causas se las consideraba normalmente como causas rebeldes. Y han retenido dicho estatus hasta hoy en día debido a la tradición; exacto, porque cada generación de rebeldes imita a las generaciones que la preceden.

 

Segundo, aún existe un número considerable de personas que, como ya apunté antes, se resisten a los cambios sociales que el Sistema requiere, y algunas de estas personas son incluso miembros de la autoridad tales como policías, jueces o políticos. Estos últimos constituyen un objetivo para los aspirantes a revolucionario, alguien contra quien rebelarse. Los comentaristas como Rush Limbaugh agilizan el proceso al despotricar contra los activistas: Ver que están haciendo enfadar a alguien, lleva a los activistas a ampararse en la ilusión de que se están rebelando.

 

Tercero, con objeto de embarcarse en un conflicto incluso con los líderes de la mayoría del Sistema, que aceptan totalmente los cambios sociales que ellos demandan, los aspirantes a rebelde insisten en soluciones que van más allá de lo que los líderes del Sistema consideran prudente, y muestran una ira exagerada respecto a asuntos triviales. Por ejemplo, demandan indemnizaciones económicas para la gente negra, y normalmente se muestran rabiosos ante cualquier crítica a un movimiento minoritario, sin importar cuán prudente y razonable sea uno al criticar. De esta manera los activistas son capaces de mantener la ilusión de que se están rebelando contra el Sistema. Pero dicha ilusión es un absurdo. La agitación contra el racismo, el sexismo, la homofobia y similares, ya no constituye una rebelión mayor contra el Sistema que la agitación contra la corrupción política y los sobornos. Aquellos que luchan contra la corrupción política y los sobornos no se están rebelando contra el Sistema sino que lo están fortificando: Ayudan a que los políticos se mantengan fieles a las normas del Sistema. Aquellos que luchan contra el racismo, el sexismo y la homofobia, de igual modo están fortificando el Sistema: Ayudan al Sistema a suprimir las conductas desviadas que le causan problemas, tales como el racismo, el sexismo y la homofobia.

 

Pero los activistas no solo actúan como los defensores del Sistema. También actúan como una especie de pararrayos que protege al Sistema al adelantarse al resentimiento popular y a sus instituciones. Por ejemplo, había varias razones para explicar por qué el Sistema se aprovechaba del hecho de sacar a la mujer del hogar e introducirla en el entorno laboral. Hace cincuenta años, si el Sistema, representado por el gobierno o por los medios, hubiera empezado por las buenas una campaña propagandística con intención de hacer socialmente aceptable el hecho de que la mujer se comenzara a centrar más en su vida laboral que en la doméstica, la característica resistencia al cambio por parte de los humanos habría llevado a un amplio rechazo popular. Lo que realmente ocurrió fue que dichas propuestas de cambio fueron encabezadas por radicales feministas, cuyo rastro iba siguiendo el Sistema a una distancia prudencial. El rechazo de los miembros más conservadores de la sociedad fue dirigido primordialmente contra las feministas radicales antes que contra el Sistema y sus instituciones, porque los cambios patrocinados por el Sistema parecían lentos y moderados en comparación con las soluciones radicales por las que abogaban las feministas, e incluso esos cambios relativamente lentos se veían como algo forzado en la marcha del Sistema, como debidos a la presión de los radicales.

3. El truco más ingenioso del Sistema

 

Así que, en pocas palabras, el truco más ingenioso del Sistema es:

  1. Por el bien de su propia eficiencia y seguridad, el Sistema necesita provocar cambios radicales y profundos en la sociedad para ajustarse a las condiciones cambiantes que resultan del progreso tecnológico.

  2. La frustración devenida de vivir bajo las circunstancias impuestas por el Sistema lleva a sentir impulsos de rebelión.

  3. El Sistema se apropiará de esos impulsos de rebelión para realizar los cambios sociales que este requiera; los activistas se “rebelan” en contra los valores viejos y desfasados que dejan de serle útiles al Sistema, y a favor de los nuevos valores que el Sistema necesita que aceptemos.

  4. Así, los impulsos rebeldes que de otra manera podrían haber sido peligrosos para el Sistema, se van por un sumidero que, no solo es inofensivo para el Sistema, sino que le es útil.

  5. La mayoría del rechazo popular resultante de los cambios sociales, avanza esquivando al Sistema y sus instituciones, para acabar volcándose en los radicales que encabezan dichos cambios.

 

Por supuesto, este truco no fue planeado con antelación por parte de los líderes del Sistema, los cuales ni siquiera son totalmente conscientes de estar usando un truco. El funcionamiento sería algo similar a esto:

Cuando deciden cómo se posicionan ante determinado asunto, los redactores, editores y dueños de los medios de comunicación, deben considerar varios factores, consciente o inconscientemente. Deben considerar cómo reaccionarán los lectores a cualquier cosa que impriman o retransmitan acerca del tema; deben considerar cómo reaccionarán sus patrocinadores, sus colegas de los medios, y otras personas poderosas; y también deben considerar el efecto que lo que impriman o retransmitan tendrá sobre la seguridad del Sistema.

 

Estas consideraciones prácticas normalmente tendrán más peso en la decisión que cualquier opinión personal respecto al asunto. Las opiniones personales de los dirigentes de los medios, de sus patrocinadores, y de otras personas poderosas, son variadas. Pueden ser liberales o conservadores, religiosos o ateos. El único campo universal común a todos los líderes, es su compromiso con el Sistema, con su seguridad y con su poder. Por lo tanto, dentro de los límites impuestos por lo que el público está dispuesto a aceptar, el principal factor determinante de las actitudes propagadas por los medios, es un consenso aproximado de las opiniones de los dirigentes mediáticos, los patrocinadores y otras personas poderosas, en base a lo que es bueno para el Sistema.

 

Por lo tanto, cuando un redactor u otra persona importante de los medios decide qué actitud tomar frente a determinado movimiento o causa, lo primero en lo que piensa es en si es algo bueno o malo para el Sistema. Quizá se diga a sí mismo que su decisión está basada en el campo de la moral, en el de la filosofía, o en el de la religión, pero es un hecho observable que, en la práctica, la seguridad del Sistema toma preferencia ante los demás factores involucrados en la determinación de la actitud de los medios. Por ejemplo, si un redactor de una revista de actualidad se fija en el “movimiento de milicias”, puede o no simpatizar personalmente con algunas de sus reivindicaciones y metas, pero también ve que habrá un fuerte consenso entre sus patrocinadores y colegas de los medios respecto a que el “movimiento de milicia” es potencialmente peligroso para el Sistema y por lo tanto debe ser rechazado. Bajo estas circunstancias, él sabe que es mejor que su revista adopte una actitud negativa hacia el “movimiento de milicia». La actitud negativa de los medios es presumiblemente una parte de la razón por la que el “movimiento de milicia” ha caído.

 

Cuando el mismo redactor se fija en las radicales feministas ve que algunas de sus propuestas más extremas serían peligrosas para el Sistema, pero también ve que las feministas albergan una parte muy útil para el Sistema. La participación de la mujer en el mundo tecnológico y empresarial les integra mejor en el Sistema a ellas y a sus familias. Sus aptitudes pasan a servir al Sistema en los asuntos técnicos y de negocios. El énfasis que ponen las feministas en acabar con la violencia doméstica y las violaciones también responde a las necesidades del Sistema, ya que el maltrato y las violaciones, como otras formas de violencia, son peligrosas para el Sistema. Quizá más importante aún, el redactor reconoce la nimiedad e insignificancia del trabajo doméstico moderno, y ve que el aislamiento social del ama de casa moderna puede desencadenar frustración en muchas mujeres; frustración que causará problemas al Sistema, a no ser que se les permita recurrir a la salida de desarrollar una carrera en el mundo técnico y empresarial.

 

Incluso si el redactor es del tipo machote, que personalmente se siente más cómodo con la mujer en una posición subordinada, sabe que el feminismo, al menos en una forma relativamente moderada, es bueno para el Sistema. Sabe que la postura de su editorial debe ser favorable respecto al feminismo moderado, pues de otro modo se enfrentaría al rechazo de sus patrocinadores y demás personas influyentes. Es por esto por lo que la actitud de los medios mayoritarios normalmente ha consistido en apoyar al feminismo moderado, luego una mezcla respecto al feminismo radical, y finalmente una respuesta totalmente hostil frente a las posiciones feministas más extremistas. A través de este tipo de procesos, los movimientos rebeldes que son peligrosos para el Sistema están sujetos a propaganda negativa, mientras que los movimientos rebeldes que se cree que son útiles para el Sistema reciben un apoyo prudente desde los medios. La absorción inconsciente de la propaganda proveniente de los medios induce a los aspirantes a rebelde a “rebelarse” de una manera que en realidad sirve a los intereses del Sistema.

 

Los intelectuales de las universidades también juegan un rol importante en la realización del truco más ingenioso del Sistema: Aunque les guste fantasear con que son pensadores independientes, los intelectuales son (salvo excepciones puntuales) el grupo más sobresocializado, el más conformista, el más dócil y domesticado, el más mimado, dependiente y endeble de todos los grupos en la América de hoy en día. Como resultado, su impuso por rebelarse es particularmente fuerte. Pero, como son incapaces de pensar de manera independiente, la rebelión real se torna imposible para ellos. En consecuencia, están enganchados al truco del Sistema, ya que les permite irritar a la gente y disfrutar de la ilusión de rebelarse sin tener que cambiar jamás los valores básicos del Sistema. Como son los profesores de gente joven, están en posición de ayudar al Sistema a utilizar su truco para engañar a los jóvenes, cosa que hacen al canalizar los impulsos rebeldes de dichos jóvenes hacia objetivos estándar estereotipados: racismo, colonialismo, asuntos femeninos, etc. La gente joven que no es estudiante de la universidad, a través de los medios o del contacto personal, aprende sobre esos temas de “justicia social” por los que los estudiantes se rebelan, e imitan a dichos estudiantes. Así se convierte una cultura juvenil en un modo estereotipado de rebelión que se propaga mediante la imitación de los colegas, del mismo modo que los peinados, la ropa, y otras modas también se propagan mediante la imitación.

4. El truco no es perfecto

 

Como es natural, el truco del Sistema no funciona a la perfección. No todas las posiciones adoptadas por la comunidad “activista” son compatibles con las necesidades del Sistema. A este respecto, algunas de las dificultades más importantes a las que el Sistema hace frente están relacionadas con el conflicto entre los dos tipos distintos de propaganda que el Sistema debe usar, propaganda de integración y propaganda de agitación.[4]

 

La propaganda de integración es el principal mecanismo de socialización en la sociedad moderna. Es propaganda que está diseñada para inculcar en la gente las actitudes, creencias, valores y hábitos que necesitan tener, con el fin de ser herramientas del Sistema útiles y seguras. Enseña a la gente a reprimir o sublimar permanentemente aquellos impulsos emocionales que sean peligrosos para el Sistema. Está más enfocada a actitudes de largo plazo y valores profundamente arraigados de gran aplicación, que a las actitudes frente a temas específicos y actuales. La propaganda de agitación se aprovecha de las emociones de la gente para despertar en ellos ciertas actitudes o comportamientos frente a temas actuales y específicos. En vez de enseñar a la gente a reprimir sus impulsos emocionales peligrosos, busca estimular ciertas emociones para unos propósitos bien definidos y localizados temporalmente.

 

El Sistema necesita una población disciplinada, dócil, cooperativa, pasiva y dependiente. Sobre todo requiere una población pacífica, ya que necesita que el gobierno tenga el monopolio del uso de la fuerza física. Por esta razón, la propaganda de integración nos dice que debemos horrorizarnos, asustarnos y espantarnos de la violencia, y así no nos veremos tentados a usarla ni siquiera cuando estemos muy enfadados. (Por “violencia” me refiero a los ataques físicos hacia seres humanos.) De una manera más general, la propaganda de integración nos ha de enseñar valores dulces y cariñosos, que enfaticen la falta de agresividad, la interdependencia, y la cooperación.

 

Por otra parte, en ciertos contextos el propio Sistema encuentra útil o necesario el recurrir a métodos agresivos y brutales para alcanzar sus propios objetivos. El ejemplo más obvio de esos métodos es la guerra. En tiempo de guerra el Sistema se apoya en la propaganda de agitación: Para ganar el apoyo popular respecto a una acción militar, se aprovecha de las emociones de la gente para hacer que se sientan asustados y furiosos con su real o hipotético enemigo.

 

Llegada esta situación se crea un conflicto entre la propaganda de integración y la propaganda de agitación. A aquella gente en la que calaron profundamente los tiernos valores del rechazo a la violencia no se le puede persuadir fácilmente para que dé su aprobación a una cruenta operación militar. Y aquí, en cierta medida, al truco del Sistema le sale el tiro por la culata. Los activistas, que se habían estado “rebelando” en pro de los valores de la propaganda de integración, continúan haciéndolo durante la guerra. Se oponen a la guerra no solo porque es violenta, sino porque es “racista”, “colonialista”, “imperialista”, etc. que son cosas contrarias a los valores dulces y cariñosos que la propaganda de integración les enseñó.

 

Al truco del Sistema también le sale el tiro por la culata en lo que concierne al trato de animales. Inevitablemente, mucha gente extrapola a los animales esos valores dulces de aversión a la violencia que les fueron enseñados respecto a los humanos. Les horroriza la matanza de animales para comer y otras prácticas dañinas para estos, como la reducción de la gallina a la categoría de máquina ponedora de huevos almacenada en minúsculas celdas, o el uso de animales para experimentos científicos. Hasta un punto, la oposición resultante al maltrato de animales puede ser útil para el Sistema: debido a que una dieta vegana es más eficiente en términos de utilización de recursos que una carnívora, el veganismo, si fuera ampliamente aceptado, ayudaría a llevar con mayor facilidad la carga que supone la limitación de los recursos de La Tierra con respecto al crecimiento demográfico. Pero activistas, el insistir en acabar con el uso de animales para experimentos científicos entra en conflicto directo con las necesidades del Sistema, ya que en las previsiones de futuro no se contempla a ningún sustituto factible que reemplace a los animales como sujetos de investigación. Sin embargo, el hecho de que al truco del Sistema le salga algún que otro tiro por la culata, no evita que globalmente sea un dispositivo increíblemente eficaz para inhibir los impulsos rebeldes en provecho del Sistema.

 

Hay que reconocer que el truco descrito aquí no es el único factor determinante respecto a la dirección que toman los impulsos rebeldes en nuestra sociedad. Mucha gente de hoy en día se siente débil e impotente (por la propia razón de que en realidad el Sistema sí que nos hace débiles e impotentes), y por ello se identifican de forma obsesiva con las víctimas, con el débil y con el oprimido. Esto es en parte la razón por la que, los asuntos de persecuciones, tales como el racismo, el sexismo, la homofobia o el neocolonialismo, se han convertido en asuntos estándar del activista.

5. Un ejemplo

 

Tengo aquí un texto de antropología[5] en el que he visto varios ejemplos adecuados para mostrar la manera en la que, los intelectuales de las universidades, ayudan al Sistema con su truco al disfrazar su conformismo de crítica a la sociedad moderna. Los mejores ejemplos se encuentran entre las páginas 132 y 136, donde el autor cita, de modo “adaptado”, un artículo de una tal Rhonda Kay Williamson, una persona intersexual (que es una persona que ha nacido con características físicas tanto masculinas como femeninas).

 

Williamson declara que los indios americanos no solo aceptaban a las personas intersexuales sino que las valoraban de forma especial.[6] Ella contrasta esta actitud con la euro-americana, equiparando esta última a la actitud que sus propios padres adoptaron hacia ella. Los padres de Williamson le maltrataron cruelmente. Acabaron consiguiendo que odiara su condición de intersexual. Le dijeron que estaba “maldita y en manos del demonio”, y le llevaban a iglesias carismáticas para que le extirparan al “demonio”. Incluso le daban paños en los que se suponía que tenía que “expulsar al demonio tosiendo”.

 

Pero obviamente, resulta ridículo equiparar esto con la actitud euro-americana. Podría aproximarse a la actitud euro-americana de hace 150 años, pero actualmente en América casi cualquier educador, psicólogo, o clérigo mayoritario, quedaría horrorizado al presenciar ese trato hacia una persona intersexual. Los medios de comunicación no retratarían dicha actitud bajo una óptica favorable ni en sueños. El típico americano de clase media de nuestros días, puede que no acepte la intersexualidad como lo hacían los indios, pero solo unos pocos no reconocerían la crueldad presente en el tipo de trato que recibió Williamson.

 

Obviamente los padres de Williamson eran desviados, unos majaretas religiosos cuyas actitudes y creencias traspasaban el límite impuesto por los valores del Sistema. Así, mientras Williamson se dedica a fingir una crítica a la sociedad euro-americana moderna, lo que en realidad hace es atacar solo a la minoría de desviados y a las culturas rezagadas que aún no se han adaptado a los valores dominantes de la América de hoy en día.

 

Haviland, el autor del libro, en la página 12 retrata a la antropología cultural como iconoclasta, como desafiante respecto a los supuestos asumidos de la sociedad occidental. Esto se aleja tanto de la verdad que sería incluso gracioso si no fuera tan patético. La corriente principal de la antropología americana moderna se encuentra bajo una miserable sumisión a los valores del Sistema y a los supuestos asumidos por este. Cuando los antropólogos de hoy en día pretenden poner en tela de juicio a los valores de su sociedad, lo más normal es que solo lo hagan con valores del pasado, obsoletos y pasados de moda, que en la actualidad no son defendidos por nadie, excepto por desviados y rezagados que dejaron de seguir los cambios culturales que el Sistema requiere que aceptemos.

 

El uso que hace Haviland del artículo de Williamson ilustra todo esto muy bien, y representa la línea general de todo su libro. Haviland da la lata con hechos etnográficos que enseñan lecciones políticamente correctas a sus lectores, pero desestima u omite todos los hechos etnográficos que son políticamente incorrectos. Así, mientras cita el apunte que hacía Williamson enfatizando que los indios aceptaban a las personas intersexuales, no menciona, por ejemplo, que entre muchas tribus indias a la mujer que cometía adulterio se le cortaba la nariz,[7] mientras que el hombre adúltero no recibía castigo alguno; o que entre la tribu corneja (Crow en inglés, Absaroka en nativo) el guerrero que recibiera un ataque por parte de un extranjero, debería matarle inmediatamente, o si no quedaría irreversiblemente deshonrado a ojos de su tribu;[8] Haviland tampoco debate sobre el uso habitual de la tortura por parte de los indios del Este de Estados Unidos.[9] Por supuesto, los hechos de este tipo representan violencia, machismo, y discriminación sexual, por lo que son incompatibles con los valores actuales del Sistema, y tienden a ser censurados por ser políticamente incorrectos. Pero no dudo de que Haviland sea totalmente sincero cuando dice creer que los antropólogos ponen en tela de juicio los supuestos asumidos por la sociedad occidental. Es fácil que la capacidad de autoengaño de los intelectuales de nuestras universidades llegue hasta ese punto.

 

En conclusión, quiero dejar claro que no estoy sugiriendo ni que sea bueno cortar narices por cometer adulterio, ni que se deba tolerar ningún otro abuso contra la mujer, ni que me gustaría ver a gente marginada o rechazada, ya sea porque son intersexuales o por su raza, religión, orientación sexual, etc., etc., etc. Pero en nuestra sociedad actual, esos problemas son, como mucho, cuestiones reformistas. El truco más ingenioso del Sistema consiste en encauzar hacia estas modestas reformas los impulsos rebeldes, que, de otro modo, podrían llevar a la acción revolucionaria

 

 

Notas

 

[1] Jacques Ellul, La Sociedad Tecnológica (The Technological Society), traducida por John Wilkinson, editada por Alfred A. Knopf, Nueva York, 1964, página 427.

[2] Bastaría con llevar a cabo un mínimo repaso de los medios de comunicación de masas dentro de los países industrializados modernos, o incluso dentro de los países que meramente aspiran a la modernidad, para confirmar que el Sistema está totalmente volcado en la tarea de eliminar la discriminación en función a la raza, religión, género, orientación sexual, etc., etc., etc. Resultaría fácil encontrar miles de ejemplos que ilustraran este hecho, pero aquí solo se citarán tres, provenientes de tres países dispares. El Sistema necesita que la población sea sumisa, pacífica, domesticada, dócil, y obediente. Necesita evitar cualquier tipo de conflicto o altercado que pudiera interferir con el normal funcionamiento del aparato social. Además de poner freno a las hostilidades raciales, étnicas o religiosas, también tiene que acallar o amarrar, por su propio bien, a cualquier otra tendencia que pudiera derivar en desorden o altercados, tales como el machismo, la agresividad, o cualquier tipo de predisposición por la violencia. Naturalmente, los tradicionales antagonismos étnicos y raciales tardan en morir; el machismo, la agresividad y los impulsos violentos no son fáciles de eliminar; y las diversas actitudes frente a la identidad sexual y de género, no cambian de la noche a la mañana. Así pues sigue habiendo muchos individuos que se resisten a estos cambios, y el Sistema se enfrenta al problema que supone intentar abatir dicha resistencia.

[3] En esta sección he mencionado lo que el Sistema no es, pero no he dicho lo que es. Un amigo mío me ha señalado que esto podría desconcertar al lector, así que será mejor que aclare que, para el propósito de este artículo, no es necesaria una definición precisa acerca de qué es el Sistema. No se me ocurre ni una sola manera de definir al Sistema en una sola frase cerrada y armoniosa, sin que, el hecho de abordar la cuestión de qué es el Sistema, supusiese a la vez la interrupción del curso del artículo con una digresión larga, intrincada e innecesaria; así que dejo ese asunto sin responder. No creo que mi falta de respuesta afecte a la comprensión del lector respecto a la idea que quise tratar en este artículo.

[4] Jacques Ellul debate los conceptos de “propaganda de integración” y “propaganda de agitación” en su libro Propaganda, editado por Alfred A. Knopf en 1965.

[5] William A. Haviland, Antropología Cultural, novena edicion, Harcourt Brace & Company, 1999.

[6] Asumo que esta afirmación es precisa. Ciertamente refleja la actitud de los Navajo. Véase Gladys A. Reichard, Navaho Religion: A Study of Symbolism, Princeton University Press, 1990, página 141. Este libro tiene un copyright original de 1950, bastante antes de que los antropólogos acabaran fuertemente politizados, así que no veo razón para suponer que dicha información ha sido sesgada.

[7] Esto es de sobra conocido. Algunos ejemplos: Angie Debo, Geronimo: The Man, His Time, His Place, University of Oklahoma Press, 1976, pag. 225; Thomas B. Marquis (intérprete), Wooden Leg: A Warrior Who Fought Custer, Bison Books, University of Nebraska Press, 1967, pag. 97; Stanley Vestal, Sitting Bull, Champion of the Sioux: A Biography, University of Oklahoma Press, 1989, pag. 6; The New Encyclopedia Britannica, Vol. 13, Macropaedia, 15th Edition, 1997, artículo “American Peoples, Native”, pag. 380.

[8] Osborne Russell, Journal of a Trapper, edición Bison Books, pag. 147.

[9] El uso de la tortura por parte de los indios del Este de EE.UU. es de sobra conocido. Véanse los siguientes ejemplos: Clark Wissler, Indians of the United States, Revised Edition, Anchor Books, Random House, New York, 1989, pags. 131, 140, 145, 165,282; Joseph Campbell, The Power of Myth, Anchor Books, Random House, New York, 1988, pag. 135; The New Encyclopedia Britannica, Vol. 13, Macropaedia, 15th Edition, 1997, article “American Peoples, Native”, pag. 385; James Axtell, The Invasion Within: The Contest of Cultures in Colonial North America, Oxford University Press, 1985, cita de página no disponible.

Extraído de la Biblioteca Anarquista.

La cultura considerada desde el punto de vista histórico.

Gilles Deleuze

 

Hemos hecho como si la cultura fuera de la prehistoria a la posthistoria. La hemos considerado como una actividad genérica que, por una larga labor de la prehistoria, llegase al individuo como a su producto post-histórico. Y en efecto, ésta es su esencia, conforme a la superioridad de las fuerzas activas sobre las fuerzas reactivas. Pero hemos descuidado un punto importante. De la cultura hay que decir al mismo tiempo que ha desaparecido desde hace mucho tiempo y que todavía no ha empezado. La actividad genérica se pierde en la noche del pasado, como su producto en la noche del futuro. La cultura en la historia recibe un sentido muy diferente de su propia esencia, al ser capturada por fuerzas muy diferente de su propia esencia, al ser capturada por fuerzas extrañas de naturaleza totalmente diversa. La actividad genérica en la historia no se separa de un movimiento que la desnaturaliza, y que desnaturaliza su producto. Aún más, la historia es esta propia desnaturalización, se confunde con la «degeneración de la cultura». En vez de la actividad genérica, la historia nos presenta razas, pueblos, clases, Iglesias y Estados. Sobre la actividad genérica se incorporan organizaciones sociales, asociaciones, comunidades de carácter reactivo, parásitos que vienen a recubrirla y a absorberla. Gracias a la actividad genérica, de la que falsean el movimiento, las fuerzas reactivas forman colectividades, lo que Nietzsche llama «rebaños» (1). En vez de la justicia y de su proceso de autodestrucción, la historia nos presenta sociedades que no quieren perecer y que no imaginan nada superior a sus leyes. ¿Qué Estado escucharía el consejo de Zaratustra: «dejaros invertir»? (2). La ley se confunde en la historia con el contenido que la determina, contenido reactivo que la lastra y le impide desaparecer, excepto en provecho de otros contenidos, más estúpidos y más pesantes. En vez del individuo soberano como producto de la cultura, la historia nos presenta su propio producto, el hombre domesticado en el que ésta encuentra el famoso sentido de la historia: «el sublime aborto», «el animal gregario, ser dócil, enfermizo, mediocre, el europeo de hoy» (3). Toda la violencia de la cultura, la historia nos la presenta como la propiedad legítima de los pueblos, de los Estados y de las Iglesias, como la manifestación de su fuerza. Y de hecho, se utilizan todos los procedimientos de adiestramiento, pero desviados, invertidos. Una moral, una Iglesia, un Estado, siguen siendo empresas de selección, teoría de la jerarquía. En las leyes más estúpidas, en las comunidades más limitadas, se trata todavía de adiestrar al hombre y utilizar sus fuerzas reactivas. Pero, ¿Utilizarlas para qué? ¿operar qué adiestramiento y qué selección? Se utilizan procedimientos de adiestramiento, pero para hacer del hombre un animal gregario, una criatura dócil y domesticada. Se utilizan procedimientos de selección, pero para destrozar a los fuertes, para escoger a los débiles, a los dolientes o a los esclavos. La selección y la jerarquía se invierten. La selección se convierte en lo contrario de lo que era desde el punto de vista de la actividad, no es más que un medio de conservar, de organizar, de propagar la vida reactiva (4).

La historia aparece pues como el acto por el que las fuerzas reactivas se apoderan de la cultura o la desvían de su provecho. El triunfo de las fuerzas reactivas no es un accidente en la historia, sino el principio y el sentido de «la historia universal». Esta idea de una degeneración histórica de la cultura ocupa en la obra de Nietzsche un lugar predominante: servirá de argumento en su lucha contra la filosofía dela historia y contra la dialéctica. Inspira la decepción de Nietzsche: de «griega» la cultura se convierte en «alemana»… Desde las Consideraciones Intempestivas Nietzsche intenta explicar por qué y cómo la cultura pasa al servicio de las fuerzas reactivas que la desnaturalizan (5). Con mayor profundidad Zarathustra desarrolla un símbolo oscuro: El perro de fuego (6). El perro de fuego es la imagen de la actividad genérica, expresa la relación del hombre con la tierra. Pero precisamente la tierra tiene dos enfermedades, el hombre y el propio perro de fuego. Porque el hombre es el hombre domesticado; la actividad genérica es la actividad deformada, desnaturalizada, que se pone al servicio de las fuerzas reactivas, que se confunde con el Estado, con la Iglesia. «¿Iglesia? Es una especie de Estado, y la especie más mentirosa. Pero cállate, perro hipócrita, ¡conoces a tu especie mejor que nadie! El Estado es un perro hipócrita como tú mismo; como a ti, le gusta hablar entre humo y gritos, para hacer creer, como tú, que su palabra sale de las entrañas de las cosas. Porque el Estado quiere absolutamente ser la bestia más importante sobre la tierra; y se le cree». Zarathustra recurre a otro perro de fuego: «Aquél habla realmente desde el centro de la tierra». ¿Se trata una vez más de la actividad genérica? Pero, esta vez, ¿de la actividad genérica captada en el elemento de la prehistoria, al que corresponde el hombre en tanto que producido en el elemento posthistoria? Aunque insuficiente, esta interpretación merece ser considerada. En las Consideraciones inactuales, Nietzsche depositaba ya su confianza en el «elemento no histórico y suprahistórico de la cultura» (lo que el llamaba el sentido griego de la cultura) (7).

 

A decir verdad, hay un cierto número de preguntas a la que no estamos todavía en condiciones de responder. ¿Cuál es el estatuto de este doble elemento de la cultura? ¿Tiene una realidad? ¿Es algo más que una «vision» de Zarathustra? La cultura no se separa en la historia del movimiento que las desnaturaliza y la pone al servicio de las fuerzas reactivas; pero la cultura no se separa tampoco de la propia historia. La actividad de la cultura, la actividad genérica del hombre: ¿no es una simple idea? Si el hombre es esencialmente (es decir genéricamente) un ser reactivo. ¿Cómo podría tener, o incluso haber tenido una prehistoria, una actividad genérica? ¿Como podría aparecer incluso en una poshistoria, un hombre activo? Si el hombre es esencialmente reactivo, parece que la actividad deba concernir a un ser distinto del hombre. Si el hombre, al contrario, tiene una actividad genérica, parece que ésta no pueda ser deformada más que de manera accidental. Por el momento lo único que podemos hacer es una recensión de las tesis de Nietzsche, dejando para más el cuidado de buscarles su significación: el hombre es esencialmente reactivo; no deja de haber una actividad genérica del hombre, pero necesariamente deformada, fracasando necesariamente en su finalidad, desembocando en el hombre domesticado; esta actividad debe ser considera en otro plano, plano sobre el que produce, pero sobre el que produce algo distinto del hombre.

 

Sin embargo, ya es posible explicar por qué la actividad genérica cae necesariamente en la historia y acaba en beneficio de las fuerzas reactivas. Si el esquema de las Consideraciones inactuales es insuficiente, la obra de Nietzsche presenta otras direcciones en las que puede hallarse una solución. La actividad de la cultura se propone adiestrar al hombre, es decir, darle fuerzas reactivas aptas para servir, para ser activadas. Pero, durante el adiestramiento, esta aptitud para servir es profundamente ambigua. Ya que permite al mismos tiempo a las fuerzas reactivas ponerse al servicio de otras fuerzas reactivas, dar a éstas una apariencia de actividad, una apariencia de justicia, formar con ellas una ficción que prevalece sobre las fuerzas activas, Recuérdese que en el resentimiento, ciertas fuerzas reactivas impedían a otras fuerzas reactivas ser activadas. La mala consciencia utiliza para el mismo fin medios casi opuestos: en la mala consciencia, las fuerzas reactivas se sirve de su aptitud para ser activadas, para conceder a otras fuerzas reactivas un aire de activar. No hay menos ficción en este procedimiento que en el procedimiento del resentimiento. Así es como se forman, gracias a la actividad genérica, las asociaciones de fuerzas reactivas. Éstas se incorporar a la actividad genérica y necesariamente la desvían de su sentido. Las fuerzas reactivas, gracias al adiestramiento, encuentran una ocasión prodigiosa: la ocasión de asociarse, de formar una reacción colectiva usurpando la actividad genérica.

 

 

Notas:

  1. GM, III, 18.
  2. Z, II: «Grandes acontecimientos».
  3. BM, 62. GM, II, 11.
  4. GM, II, 13-20. BM, 62.
  5. CO. Inactuales, II «Schopenhauer educador», Nietzsche explica el desvió de la cultura al invocar «tres egoísmos»: el egoísmo de los compradores, el egoísmo de Estado y el egoísmo de la ciencia.
  6.  Z, II, «Grandes acontecimiento».
  7. Co. Inactuales, I, «Sobre la utilidad y la conveniencia de los estudios históricos», 10 y 8.

 

Del libro «Nietzsche y la filosofía».

La cultura considerada desde el punto de vista poshistórico.

Gilles Deleuze

 

Planteábamos un problema concerniente a la mala consciencia. La línea genética de la cultura no parecía acercarnos absolutamente a una solución. Al contrario: la conclusión más evidente es que ni la mala consciencia ni el resentimiento intervienen en el proceso de la cultura y de la justicia. «La mala conciencia, la planta más extraña y más interesante de nuestra flora terrestre, no tiene su raíz en este suelo» (1). Por una parte la justicia no tiene por origen en absoluto a la venganza, al resentimiento. Los moralistas, incluso los socialistas, llegan a hacer derivar la justicia de un sentimiento reactivo: sentimiento de la ofensa recibida, espíritu de venganza, reacción justiciera. Pero semejante derivación no explicada nada: quedaría por demostrar cómo el dolor del otro puede ser una satisfacción, una reparación para la venganza. Y no se llegará a comprender nunca la cruel ecuación pena infligida= dolor sufrido, si no se introduce un tercer termino, el placer que se experimenta al infligir o contemplar un dolor (2). Pero este tercer termino, sentido externo del dolor, tiene también un origen totalmente distinto de la venganza o de la reacción: remite a un punto de vista activo, a fuerzas activas, que tienen como función y como placer el adiestrar las fuerzas reactivas. La justicia es la actividad genérica que adiestra a las fuerzas reactivas del hombre, que las hace aptas para ser activadas y considera al hombre responsable de esta misma aptitud. A la justicia se le opondrá la manera en que el resentimiento, y después la mala conciencia, se forman: por el triunfo de las fuerzas reactivas, por su ineptitud para ser activadas, por su odio hacia todo lo que es activo, por su resistencia, por su injusticia constitucional. Del mismo modo el resentimiento, lejos de ser el origen de la justicia «es el ultimo dominio conquistado por el espíritu de justicia… El hombre activo, agresivo, incluso violentamente agresivo, está cien veces más dispuesto para la justicia, que el hombre reactivo» (3).

 

Así como la justicia no tiene por origen el resentimiento, tampoco el castigo tiene por producto la mala conciencia. Sea cual sea la multiplicidad de los sentido de castigo, siempre hay un sentido que el castigo no tiene. El castigo no tiene propiedad de despertar en el culpable el sentimiento de culpa. «El verdadero remordimiento es excesivamente raro, en particular entre los malhechores y criminales; las prisiones, las cárceles no son los lugares adecuados para la eclosión de este gusano que corroe… En general, el castigo enfría y endurece, concentra; agudiza los sentimiento de aversión, aumenta la fuerza de resistencia. Si ocurre que destroza la energía y aporta una lastimosa postración, una  humillación voluntaria, semejante resultado es, desde luego, aún menos edificante que el efecto medio del castigo: es, con más frecuencia, una gravedad seca y triste. Si nos trasladamos ahora aquellos millares de años que preceden a la historia del hombre, pretenderemos con mucho atrevimiento que es el castigo quien ha retrasado más poderosamente el desarrollo del sentimiento de culpabilidad, al menos entre las victimas de las autoridades represivas» (4). Opondremos, punto por punto, el estado de la cultura donde el hombre, al precio de su dolor, se siente responsable de sus fuerzas reactivas, y el estado de la mala conciencia donde el hombre, al contrario, se siente culpable de sus fuerzas activas y las vive como culpables. De cualquier modo que consideremos la cultura o la justicia, siempre vemos en ella el ejercicio de una actividad formadora, lo contrario del resentimiento, de la mala conciencia.

 

Esta impresión se refuerza aún más si consideramos el producto de la actividad cultural: el hombre activo y libre, el hombre que puede prometer. Del mismo que la cultura es el elemento prehistórico del hombre, el producto de la cultura es el elemento post-histórico del hombre. «Situémonos al límite del enorme proceso, en el lugar donde el árbol madura finalmente sus frutos, donde la sociedad y la moralidad de sus costumbres presentar finalmente este por qué no eran más que medios; y hallaremos que el fruto más maduro del árbol es el individuo soberano, el individuo que se parece sólo así mismo, el individuo liberado de la moralidad de las costumbres, el individuo autónomo y super-moral (ya que autónomo y moral se excluyen), en resumen, el hombre con voluntad propia, independiente y persistente, el hombre que puede prometer» (5). Nietzsche nos advierte aquí que no hay que confundir el producto de la cultura con su medio. La actividad genérica del hombre constituye al hombre como responsable de sus fuerzas reactivas: responsabilidad-deuda. Pero esta responsabilidad es sólo un medio de adiestramiento y de selección: mide progresivamente la aptitud de las fuerzas reactivas para ser activadas. El producto acabado de la actividad genérica no es de ningún modo el propio hombre responsable o el hombre moral, sino el hombre autónomo o super-moral, es decir, el que verdaderamente activa sus fuerzas reactivas y en quien todas las fuerzas reactivas son activadas. Sólo éste «puede» prometer, precisamente porque ya no es responsable ante ningún tribunal. El producto de la cultura no es el hombre que obedece a la ley, sino el individuo soberano y legislador que se define por el poder sobre sí mismo, sobre el destino, sobre la ley: el libre, el ligero, el irresponsable. En Nietzsche la noción de responsabilidad, incluso bajo su forma superior, tiene el valor limitado de un simple medio: el individuo autónomo  ya no es responsable de sus fuerzas reactivas ante la justicia, es su señor, su soberano, su legislador, su autor y su actor. Él es quien habla, no tiene por qué responder. La responsabilidad-deuda no tiene más sentido activo que el desaparecer en el movimiento mediante el cual el hombre se libera: el acreedor se libera porque participa del derecho de los señores, el deudor se libera, incluso al precio de su carne y de su dolor; ambos se liberan, se separan del proceso que les ha hecho crecer (6). Éste es el movimiento general de la cultura: que el medio desaparece en el producto. La responsabilidad como responsabilidad ante la ley, la ley como de la justicia, la justicia como medio de la cultura. La moralidad de las costumbres produce al hombre liberado de la moralidad de las costumbres, el espíritu de las leyes produce el hombre liberado de la ley. Por eso Nietzsche habla de una auto-destrucción de la justicia (7). La cultura es la actividad genérica del hombre, pero al ser todo esta actividad selectiva, produce al individuo como a su objetivo final donde lo genérico es suprimido.

 

 

NOTAS

 

  1. GM, II, 14.
  2. GM, II, 6: «El que, pesadamente, introduce aquí la idea de venganza en lugar de disipar las tinieblas las hace más densas. La vengan remite al mismo problema: ¿Cómo el hacer sufrir puede ser una reparación?» He aquí lo que les falta a la mayoría de las teorías: demostrar desde qué punto de vista «hacer sufrir» provoca placer.
  3. GM, II, 11: «El derecho sobre la tierra es precisamente el emblema de la lucha contra los sentimientos reactivos, de la guerra que los poderes activo y agresivos hacen a estos sentimientos».
  4.  GM, II, 14.
  5. GM, II, 2.
  6. GM, II, 5, 13 y 21.
  7. GM, II, 10: La justicia «acaba, como cualquier cosa excelente en este mundo, por destruirse a sí misma».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del mencionado autor.

La cultura considerada desde el punto de vista prehistórico.

Por Gilles Deleuze

 

Cultura significa adiestramiento y selección. Nietzsche llama al movimiento de la cultura «Moralidad de las costumbres» (1); ésta no es separable de las picotas, de las torturas, de los atroces medios que sirven para adiestrar al hombre. Pero en este violento adiestramiento, la mirada del genealogista distingue dos elementos (2): 1) Aquello a lo que se obedece, en un pueblo, una raza o una clase, es siempre histórico, arbitrario, grotesco, estúpido y limitado; frecuentemente representa las peores fuerzas reactivas; 2) Pero en el hecho de que se obedezca a algo, poco importa a qué, aparece un principio que supera a los pueblos, las razas y las clases. Obedecer a la ley porque es la ley: la forma de la ley significa que cierta actividad, cierta fuerza activa, viene ejercida sobre el hombre y se fija por tarea adiestrarlo. Aunque inseparables de la historia, estos dos aspectos no deben confundirse: por una parte, la presión histórica de un Estado, de una Iglesia, etc. La actividad del hombre como ser genérico, la actividad de la especie humana en tanto que ejercida sobre el individuo como tal. De aquí la utilización por Nietzsche de las palabras «primitivo», «prehistórico»; la moralidad de las costumbres precede a la historia universal (3); la cultura es la actividad genérica, «el verdadero trabajo del hombre sobre sí mismo durante el periodo más largo de la especie humana, todo su trabajo prehistórico.., sea cual sea por otra parte el grado de crueldad, de tiranía, de estupidez y de idiotez que lleve consigo» (4). Cualquier ley histórica es arbitraria,  pero lo que no es arbitrario, lo que es prehistórico y genérico, es la ley de obedecer a las leyes (Bergson insistirá sobre esta tesis, cuando demuestra en Las dos fuentes que cualquier hábito es arbitrario, pero que es natural el hábito de tomar hábitos).

 

Prehistórico significa genérico. La cultura es la actividad prehistórica del hombre. Pero, ¿en qué consiste esta actividad? Se trata siempre de proporcionar hábito al hombre, hacerle obedecer a leyes, de adiestrarlo.  Adiestrar al hombre significa formarlo de tal manera que sea capaz de activar sus fuerzas reactivas. En principio la actividad de la cultura se ejerce sobre las fuerzas reactivas, les proporciona hábitos y les impone modelos, para hacerlas aptas de ser activadas. La cultura como tal se ejerce en varias direcciones. Acomete incluso a las fuerzas reactivas del inconsciente, a las fuerzas digestivas e intestinales más recónditas (régimen alimenticio y algo parecido a lo que Freud llamará La educación de los esfínteres) (5). Pero su objetivo principal es reforzar la consciencia. A esta conciencia que se define por el carácter fugitivo de las excitaciones, a esta conciencia que se apoya en la facultad del olvido, hay que darle una consistencia y una dureza que no posee en sí misma. La cultura dota a la conciencia de una nueva facultad que en apariencia se opone a la facultad del olvido: la memoria (6). Pero la memoria de la que ahora se trata no es la memoria de las huellas.  Esta memoria original ya no es función del pasado, sino función del futuro. No es memoria de la sensibilidad, sino de la voluntad. No es memoria de las huellas, sino de las palabras. Es facultad de prometer, compromiso del futuro, recuerdo del propio futuro. Acordarse de la promesa que se ha hecho no es recordar que se ha hecho en un determinado momento pasado, sino que hay que mantenerla hasta un determinado momento futuro. Éste es precisamente el objeto selectivo de la cultura: formar un hombre capaz de prometer, o sea, de disponer del futuro, un hombre libre y poderoso. Sólo un hombre así es activo, activa sus reacciones, todo en él es activo o activado. La facultad de prometer es el efecto de la cultura como actividad del hombre sobre el hombre, el hombre que puede prometer es el producto de la cultura como actividad genérica.

 

Entendemos ahora por qué la cultura, en principio, no retrocede ante ninguna violencia: «Quizá no hay nada tan terrible y tan inquietante en la prehistoria del hombre como su mnemotecnia… Esto no ocurría jamás sin suplicios, sin martirios ni sacrificios sangrientos, cuando el hombre juzgaba necesario crear una memoria» (8). Antes de llegar al final (el hombre libre, activo y poderoso),  cuántos suplicios son necesarios para adiestrar a las fuerzas reactivas, para obligarlas a ser activadas. La cultura siempre ha utilizado el siguiente método: hace del dolor un medio de cambio, una moneda, un equivalente; precisamente el equivalente exacto de un olvido, de una penada causada, de una promesa no mantenida (9). La cultura remitida a este medio se llama justicia; el propio medio se llama castigo. Pena causada= dolor sufrido, ésta es la ecuación del castigo que determina una relación del hombre con el hombre. Esta relación entre los hombres viene determinada, según la ecuación, como relación entre un acreedor y un deudor: la justicia hace al hombre responsable de una deuda. La relación acreedor-deudor expresa la actividad de la cultura en su proceso de adiestramiento o de formación. Esta relación, que se corresponde a la actividad prehistórica, es la relación del hombre con el hombre, «el más primitivo de los individuos», incluso anterior «a los orígenes de cualquier organización social» (10).  Aún más, sirve de modelo «a las constituciones sociales más primitivas y más groseras». Es en el crédito, no en el cambio, donde Nietzsche ve el arquetipo de la organización social. El hombre que paga con su dolor la pena que inflige, el hombre considerado responsable de una deuda, el hombre tratado como responsable de sus fuerzas reactivas: éste es el medio puesto en marcha por la cultura para seguir con su objetivo. Nietzsche nos presenta así la siguiente descendencia genética: 1) La cultura como actividad prehistórica o genérica, empresa de adiestramiento y de selección; 2) El medio puesto en marcha por esta actividad, la ecuación del castigo, la relación de la deuda, el hombre responsable. 3) El problema de esta actividad: el hombre activo, libre y poderoso, el hombre que puede prometer.

 

NOTAS

  1. A, 9.
  2. BM, 188.
  3. A, 18.
  4. GM, II, 2.
  5. EH, II: «Porque soy tan travieso».
  6. GM, II, 1: «Este animal necesariamente olvidadizo, para quien el olvido es una fuerza y la manifestación de una salud robusta, se ha creado una facultad contraria, la memoria, por la que en cienos casos, mantendrá postergado el olvido».
  7. GM, II, 1. En este punto se confirma la semejanza entre Freud y Nietzsche. Freud atribuye al «preconsciente» huelas verbales distintas de las huellas mnémicas propias del sistema inconsciente. Esta distinción le permite responder a la pregunta: «¿Cómo convenir en (pre)conscientes los elementos rechazados?» La respuesta es: «Restableciendo estos miembros intermedios preconscientes que son los recuerdos verbales». La pregunta de Nietzsche se formularía así: ¿Cómo es posible activar las fuerzas reactivas?
  8. GM, II, 3.
  9. GM, II, 4.
  10. GAF, II, 8. En la relación acreedor-deudor «la persona se opondrá por primera vez a la persona, midiéndose de persona a persona».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del autor mencionado.

El pueblo y las fuerzas armadas. Periódico La Protesta, Mayo-Junio de 1976, Argentina.

El Periódico La Protesta es un periódico anarquista fundado 1897 en Argentina. Al principio el periódico se llamaba La Protesta Humana, luego de varios número publicados, decidieron llamarla La Protesta.

 

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El populismo peronista ha terminado. Los fulleros de la timba justicia han desaparecido. ¿Dónde están ahora los representantes del pueblo, los jerarcas de la CGT, los políticos y los charlatanes del parlamento, dónde se ve en este momento el tan famoso aparato sindical verticalista que supuestamente protegía los intereses de los explotados ante la rapacidad de los explotadores?

Los hechos han confirmado finalmente que Perón no bromeaba cuando cierta vez dijo que el sindicato mejor y más fuerte era el ejercito.

Todo un pueblo que delegó su iniciativa y sus fuerzas en engañosas estructuras y verborágicos líderes se ve ahora indefenso ante una asonada militar que no ha tenido que disparar un solo tiro para imponerse. Recién ahora resulta evidente que la demagogia no cayó en el vacío y que tras el manojo de zanahorias el pueblo fue llevado a un brete.

Nada les fue dado desinteresadamente a los trabajadores en los últimos 35 años. A lo sumo recibieron algunas migajas de bienestar a cambio de las cuales se les exigió renunciar a su propia libertad.

Casi con estupor los trabajadores han tomado conocimiento de la real importancia a que estaban sometidos bajo el imperio del populismo. Quizá recién ahora hayan quedado claro que, desde 1930 todos los intentos para «unir el movimiento obrero» han sido con intención de arrearlo mejor.

No es casual, por ejemplo, que una supuesta arma defensiva de los trabajadores, la Ley de Asociaciones Profesionales, no haya sido tocado en lo esencial por el actual gobierno militar ni tampoco atacada por quienes desde las filas del marxismo ven en ella un instrumento capaz de ser aprovechado en el futuro para dominar al proletariado.

Es claro, entonces, que el régimen no ha cambiado nada luego del 24 de marzo y que la actual-dictadura militar-empresarial no es más que la prolongación histórica de la opresión peronista y de los anteriores regímenes militares.

Se ha repetido un nuevo 1930. La actitud militar de hoy es también un calco de la de ayer: corrompido hasta el extremo el gobierno civil, sumido el país en el desastre como consecuencia de las incongruencias del simulacro de democracia vivido, el militarismo ha abandonado su aparente prescindencia y ha violado el esquema republicano para lanzarse, una vez más, a la empresa mesiánica de «salvar la Nación». Pero hoy como ayer «la Nación» de las FF.AA no parece ser otra cosa que la de los intereses del empresariado rapaz y de la oligarquía proletaria.

«La hora de la verdad», como la ha proclamado el general Videla, ha consistido en reconocer sin tapujos que no se puede gobernar sin estado de sitio ni pena de muerte, que la democracia burguesa no ofrece garantías suficientemente solidas para el capitalismo explotador, que la opción real está dada entre la revolución social o la alianza con uno de los imperialismo contrarrevolucionarios. Y ante la disyuntiva reacción o revolución, las FF.AA han vuelto a elegir el camino de la reacción. De esta manera no se han apartado lo más mínimo de su vieja y conocida trayectoria.

En cuanto a la civilidad, esta Protesta de 1976 puede repetir lo que Lafarga escribió en sus paginas el 1 de octubre de 1897: «Creyeron algún tiempo los obreros que por medio del sufragio, obtenido por el poder, podrían adquirir mayor bienestar… y no por eso su situación mejoró un ápice, y así siguieron hasta que, viéndose engañados por las vanas promesas y ridículas farsas de sus representantes, se decidieron a adquirir aquel mejoramiento por su propio esfuerzo formando agrupaciones dispuestas a desplegar todas sus energías para el logro de sus fines fuera del terreno político».

Lo que la F.O.R.A preconizó a lo largo de toda su actuación recobra hoy singular vigencia. La acción indirecta, a través de lideres, representantes y partidos, ha demostrado su ineficiencia. La ley no ha dado ni dará tampoco a los trabajadores más de lo que éstos puedan conseguir por su consciencia y su organización, a través de la acción directa y al margen del parlamentarismo y la engañosa acción política. Luego de agotada la etapa del un populismo estéril y traidor cuyo resultado ha sido el sojuzgamiento solapado, el pueblo trabajador se ve hoy en la crítica situación de tener que enfrentara la prepotente critica autocracia soldadesca que con el pretexto de orden y la moralidad ha vuelto a sablear con una mano la Constitución al mismo que con la otra sella su nuevo pacto con los eternos saqueadores del pueblo y del país.

La «Hora de la Espada» ha sonado ya muchas veces en la Argentina. Se la ha oído  en muchos primero de mayo, en las huelgas patagónicas, en las jornadas sangrientas de 1919, en la cruzada de 1930…. pero, hasta ahora, la espada nunca ha sido capaz de solucionar con justicia la cuestión social. Esta tarea depende, entonces, del pueblo. Esa es, en definitiva, su dura empresa y su desafío. Y el tendrá la última palabra.