Capítulo II: Para la Historia de los sentimientos morales. Fragmento 107. Humano, demasiado humano. Nietzsche, Friedrich.
Irresponsabilidad e inocencia.
La completa irresponsabilidad del hombre respecto a sus actos y a su ser es la gota más amarga que el investigador tiene que tragar, cuando se ha habituado a ver en la responsabilidad y el derechos los títulos de nobleza de humanidad. Todas sus apreciaciones, sus designaciones y sus inclinaciones se convierten por este hecho en falsas y sin valor: su sentimiento más profundo, el que lleva al mártir, al héroe ha adquirido su valor de un error; no tiene ya derecho a alabar ni a censurar, pues no tiene sentido alabar ni censurar a la naturaleza y la necesidad. Del mismo modo que le gusta una obra bella, pero no la alaba, porque ésta no puede nada por sí misma; tal como procede ante una planta, así debe proceder ante las acciones de los hombres y antes las suyas propias. Puede admirar su fuerza, su belleza, su plenitud, pero no le está permitido encontrar mérito en ellas: el fenómeno químico y la lucha de los elementos, las torturas del enfermo que tiene sed de curación son justamente tanto méritos como esas luchas y esas angustias del alma en que se está atenazado por diversos motivos y en diversos sentidos, hasta que por fin nos decidimos por más poderoso -como se dice (pero, en realidad, hasta que el más poderoso se decide por nosotros). Pero todos estos motivos , por grandes que sean los nombres que les damos, han salido de las mismas raíces en que creemos que residen los vecinos maléficos; entre las acciones buenas y malas no hay una diferencia de especie, sino, todo lo más, de grado. Las buenas acciones son malas acciones sublimadas; las malas acciones son buenas acciones realizadas grosera, estúpidamente. Un solo deseo del individuo, el del goce de sí mismo (unido al temor de frustrarse en él), se satisface en todas las circunstancias, cualquiera que sea el modo como el hombre pueda, es decir, deba obrar; ya sea por actos de vanidad, de venganza, de placer, de interés, de maldad, de perfidia, ya sea por actos de sacrificio, de piedad, de investigación científica. Los grados del juicio deciden en qué dirección se dejará arrastrar cada uno por este deseo; hay continuamente presente en cada sociedad; en cada individuo, una jerarquía de bienes según la cual determina sus actos y juzga los de los demás. Pero esta escala de medida se transforma constantemente, a muchos actos se les llama malos y no son más que estúpidos, porque el nivel de la inteligencia que se ha decidido por ellos era muy bajo. Mejor aún, en cierto sentido, todavía hoy todos los actos son estúpidos, porque el nivel más elevado que la inteligencia humana puede alcanzar actualmente será también indudablemente rebasado; y entonces, al mirar hacía atrás, toda nuestra conducta y todos nuestros juicios parecerán tan limitados e reflexivos como la conducta y los juicios de los pueblos salvajes y atrasados nos parecen hoy limitados e irreflexivos. Darse cuenta de todo esto tal vez cause un profundo dolor, pero hay un consuelo: estos dolores son los dolores del parto. La mariposa quiere romper su envoltura, la despedaza, la desgarra; entonces se siente cegada y embriagada por la luz desconocida: el imperio de la libertad. En los hombres que son capaces de esta tristeza – ¡que serán pocos!- es donde se hace el primer ensayo de saber si la humanidad, de moral que es, puede transformarse en sabia. El sol de un evangelio nuevo lanza su primer rayo sobre las cumbres más altas en almas de esos solitarios: allí las nubes se acumulan más densas que por cualquier otra parte, y al lado una del otro reinan la claridad más pura y el crepúsculo más sombrío. Todo es necesidad: así habla la ciencia nueva, y esta ciencia misma es necesaria. Todo es inocencia, y la ciencia es la vía que conduce a penetrar en esta inocencia. Si la voluptuosidad de los fenómenos morales y de su floración más elevada, el sentido de la verdad y de la justicia del conocimiento; si el error, el extravío de la imaginación ha sido el único medio por el cual la humanidad pueda elevarse poco a poco a ese grado de iluminación y de emancipación de sí misma, ¿a quién se le ocurriría entristecerse al ver el fin a que conducen esos caminos? Todo en el dominio de la moral se modifica, es cambiante, incierto, todo está en fluctuación, es cierto; pero también todo está en curso, y hacía un único fin. El hábito hereditario de los errores de la apreciación, de amor, de odio, por más que continue obrando en nosotras, será cada vez más débil bajo la influencia de la ciencia en aumento; un nuevo hábito, el de comprender, el de no amar, el de no odiar, el de ver desde arriba, se implanta insensiblemente en nosotros, en el mismo terreno y será dentro de miles de años, quizá bastante poderoso para proporcionar a la humanidad la fuerza de producir el hombre sabio, inocente (con conciencia de su inocencia), manera tan regular como produce actualmente al hombre no sabio, injusto, con conciencia de su culpa; es decir, el antecedente necesario, no lo contrario de aquél.