Fragmentos:
La Democracia moderna, obtiene su legitimización a través del sufragio universal. A diferencia de otras formas de Estado donde este se impone más como una fuerza del exterior hacia las personas, la Democracia logra (y es requisitito indispensable para su funcionamiento) la aceptación y reproducción de su modelo de estructurar el Estado. La Democracia y su discurso se han llegado a convertir en un tipo de fundamentalismo religioso moderno. Aquellxs que cuestionan la Democracia son demonizados. La clase política pasando por cualquier periodista e incluso ciertos sectores de la izquierda, todos, presentan sus discursos bajo la legitimidad de la defensa democrática. A su vez, desde el mundo intelectual y académico, se entiende que las sociedades democráticas son la culminación de los procesos históricos, el máximo grado de desarrollo social y la perfección (o lo más aproximado a ella). Obviamente, todo esto no es casual, y todos estos discursos y prácticas son mecanismos del propio sistema democrático para reforzar su posición dominante como sistema de opresión.
Los sistemas democráticos, como toda buena religión, se apoyan en una serie de mitos y una serie de dogmas. Valores democráticos tales como la tolerancia, el pluralismo, la no-violencia, el consenso y el diálogo o la igualdad, son considerados pilares de la democracia como sistema ideológico dominante. Toda esta amalgama de valores ciudadanos, que merecerían un análisis extendido y propio de cada uno, no son sino mecanismos integradores en el proyecto democrático de una sociedad que, partida por las diferencias de clase y otros tantos intereses chocantes entre sí, encuentran en la democracia el marco de unión. Los oprimidos y explotados deben tolerar las condiciones de explotación, debemos aceptar las diversas líneas ideológicas (siempre que no se salgan de unos márgenes bien definidos) en nombre del pluralismo; y el conflicto social tiene, en caso de producirse, mecanismo de resolución dentro de las instituciones democráticas: la violencia queda reservada al monopolio del Estado, para defender dentro (y fuera) de sus fronteras la Democracia.
La igualdad, premisa principal de esta mentira, es a su vez otra tremenda falacia. En una sociedad basada en la propiedad privada, donde unos pocos tienen control y acceso a los medios necesarios para producir lo que necesitamos para vivir y desarrollarnos, y otra amplia mayoría debe vender su fuerza de trabajo para obtener un salario para vivir y aceptar las condiciones que los empresarios consideren, no puede haber igualdad. Hay una desigualdad estructural. La igualdad teórica en lo político (que también hace aguas) queda negada y sin validez ninguna cuando la desigualdad económica inunda nuestra realidad en nuestros barrios y centros de trabajo. Participar en la lógica del consenso democrático, por tanto, parte de una base desigual, y en consecuencia, si se acepta entrar en el juego, si se evita la confrontación directa, estaremos aceptando las condiciones que por medio de la coacción de la fuerza económica y del Estado se nos imponen.
No hay modelo de Estado más beneficioso para el capitalismo que las democracias. Si bien es cierto, que este utiliza las formas dictatoriales en momentos puntuales de la historia (para aplastar a los movimientos disidentes y para impulsar la economía del libre mercado en ciertas etapas) nunca antes ha existido un marco legal tan legitimado en el que el capitalismo pudiera florecer. Del antiguo régimen, en el que el poder se concentraba en un puñado de personas, se pasó a nuevos modelos, donde el poder se entregaba a toda a una clase. La legislación, la Ley, se convertiría en garante reglamentador, de un sistema económico y social, injusto y asesino. Asesino, decimos, porque la burguesía organizó sangrientas revoluciones, guerras, expolios, saqueos, transformaciones en la vida de las personas que perturbaron la vida de personas como nunca antes en la historia, hambre… Todo ello y, hasta hoy en día, en nombre del progreso, la civilización y, por supuesto, la democracia y sus libertades.
del Libro [Primer apuñalada a la democracia. Recopilación de textos anarquistas contra la democracia].