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La cultura considerada desde el punto de vista poshistórico.

Gilles Deleuze

 

Planteábamos un problema concerniente a la mala consciencia. La línea genética de la cultura no parecía acercarnos absolutamente a una solución. Al contrario: la conclusión más evidente es que ni la mala consciencia ni el resentimiento intervienen en el proceso de la cultura y de la justicia. «La mala conciencia, la planta más extraña y más interesante de nuestra flora terrestre, no tiene su raíz en este suelo» (1). Por una parte la justicia no tiene por origen en absoluto a la venganza, al resentimiento. Los moralistas, incluso los socialistas, llegan a hacer derivar la justicia de un sentimiento reactivo: sentimiento de la ofensa recibida, espíritu de venganza, reacción justiciera. Pero semejante derivación no explicada nada: quedaría por demostrar cómo el dolor del otro puede ser una satisfacción, una reparación para la venganza. Y no se llegará a comprender nunca la cruel ecuación pena infligida= dolor sufrido, si no se introduce un tercer termino, el placer que se experimenta al infligir o contemplar un dolor (2). Pero este tercer termino, sentido externo del dolor, tiene también un origen totalmente distinto de la venganza o de la reacción: remite a un punto de vista activo, a fuerzas activas, que tienen como función y como placer el adiestrar las fuerzas reactivas. La justicia es la actividad genérica que adiestra a las fuerzas reactivas del hombre, que las hace aptas para ser activadas y considera al hombre responsable de esta misma aptitud. A la justicia se le opondrá la manera en que el resentimiento, y después la mala conciencia, se forman: por el triunfo de las fuerzas reactivas, por su ineptitud para ser activadas, por su odio hacia todo lo que es activo, por su resistencia, por su injusticia constitucional. Del mismo modo el resentimiento, lejos de ser el origen de la justicia «es el ultimo dominio conquistado por el espíritu de justicia… El hombre activo, agresivo, incluso violentamente agresivo, está cien veces más dispuesto para la justicia, que el hombre reactivo» (3).

 

Así como la justicia no tiene por origen el resentimiento, tampoco el castigo tiene por producto la mala conciencia. Sea cual sea la multiplicidad de los sentido de castigo, siempre hay un sentido que el castigo no tiene. El castigo no tiene propiedad de despertar en el culpable el sentimiento de culpa. «El verdadero remordimiento es excesivamente raro, en particular entre los malhechores y criminales; las prisiones, las cárceles no son los lugares adecuados para la eclosión de este gusano que corroe… En general, el castigo enfría y endurece, concentra; agudiza los sentimiento de aversión, aumenta la fuerza de resistencia. Si ocurre que destroza la energía y aporta una lastimosa postración, una  humillación voluntaria, semejante resultado es, desde luego, aún menos edificante que el efecto medio del castigo: es, con más frecuencia, una gravedad seca y triste. Si nos trasladamos ahora aquellos millares de años que preceden a la historia del hombre, pretenderemos con mucho atrevimiento que es el castigo quien ha retrasado más poderosamente el desarrollo del sentimiento de culpabilidad, al menos entre las victimas de las autoridades represivas» (4). Opondremos, punto por punto, el estado de la cultura donde el hombre, al precio de su dolor, se siente responsable de sus fuerzas reactivas, y el estado de la mala conciencia donde el hombre, al contrario, se siente culpable de sus fuerzas activas y las vive como culpables. De cualquier modo que consideremos la cultura o la justicia, siempre vemos en ella el ejercicio de una actividad formadora, lo contrario del resentimiento, de la mala conciencia.

 

Esta impresión se refuerza aún más si consideramos el producto de la actividad cultural: el hombre activo y libre, el hombre que puede prometer. Del mismo que la cultura es el elemento prehistórico del hombre, el producto de la cultura es el elemento post-histórico del hombre. «Situémonos al límite del enorme proceso, en el lugar donde el árbol madura finalmente sus frutos, donde la sociedad y la moralidad de sus costumbres presentar finalmente este por qué no eran más que medios; y hallaremos que el fruto más maduro del árbol es el individuo soberano, el individuo que se parece sólo así mismo, el individuo liberado de la moralidad de las costumbres, el individuo autónomo y super-moral (ya que autónomo y moral se excluyen), en resumen, el hombre con voluntad propia, independiente y persistente, el hombre que puede prometer» (5). Nietzsche nos advierte aquí que no hay que confundir el producto de la cultura con su medio. La actividad genérica del hombre constituye al hombre como responsable de sus fuerzas reactivas: responsabilidad-deuda. Pero esta responsabilidad es sólo un medio de adiestramiento y de selección: mide progresivamente la aptitud de las fuerzas reactivas para ser activadas. El producto acabado de la actividad genérica no es de ningún modo el propio hombre responsable o el hombre moral, sino el hombre autónomo o super-moral, es decir, el que verdaderamente activa sus fuerzas reactivas y en quien todas las fuerzas reactivas son activadas. Sólo éste «puede» prometer, precisamente porque ya no es responsable ante ningún tribunal. El producto de la cultura no es el hombre que obedece a la ley, sino el individuo soberano y legislador que se define por el poder sobre sí mismo, sobre el destino, sobre la ley: el libre, el ligero, el irresponsable. En Nietzsche la noción de responsabilidad, incluso bajo su forma superior, tiene el valor limitado de un simple medio: el individuo autónomo  ya no es responsable de sus fuerzas reactivas ante la justicia, es su señor, su soberano, su legislador, su autor y su actor. Él es quien habla, no tiene por qué responder. La responsabilidad-deuda no tiene más sentido activo que el desaparecer en el movimiento mediante el cual el hombre se libera: el acreedor se libera porque participa del derecho de los señores, el deudor se libera, incluso al precio de su carne y de su dolor; ambos se liberan, se separan del proceso que les ha hecho crecer (6). Éste es el movimiento general de la cultura: que el medio desaparece en el producto. La responsabilidad como responsabilidad ante la ley, la ley como de la justicia, la justicia como medio de la cultura. La moralidad de las costumbres produce al hombre liberado de la moralidad de las costumbres, el espíritu de las leyes produce el hombre liberado de la ley. Por eso Nietzsche habla de una auto-destrucción de la justicia (7). La cultura es la actividad genérica del hombre, pero al ser todo esta actividad selectiva, produce al individuo como a su objetivo final donde lo genérico es suprimido.

 

 

NOTAS

 

  1. GM, II, 14.
  2. GM, II, 6: «El que, pesadamente, introduce aquí la idea de venganza en lugar de disipar las tinieblas las hace más densas. La vengan remite al mismo problema: ¿Cómo el hacer sufrir puede ser una reparación?» He aquí lo que les falta a la mayoría de las teorías: demostrar desde qué punto de vista «hacer sufrir» provoca placer.
  3. GM, II, 11: «El derecho sobre la tierra es precisamente el emblema de la lucha contra los sentimientos reactivos, de la guerra que los poderes activo y agresivos hacen a estos sentimientos».
  4.  GM, II, 14.
  5. GM, II, 2.
  6. GM, II, 5, 13 y 21.
  7. GM, II, 10: La justicia «acaba, como cualquier cosa excelente en este mundo, por destruirse a sí misma».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del mencionado autor.


La cultura considerada desde el punto de vista prehistórico.

Por Gilles Deleuze

 

Cultura significa adiestramiento y selección. Nietzsche llama al movimiento de la cultura «Moralidad de las costumbres» (1); ésta no es separable de las picotas, de las torturas, de los atroces medios que sirven para adiestrar al hombre. Pero en este violento adiestramiento, la mirada del genealogista distingue dos elementos (2): 1) Aquello a lo que se obedece, en un pueblo, una raza o una clase, es siempre histórico, arbitrario, grotesco, estúpido y limitado; frecuentemente representa las peores fuerzas reactivas; 2) Pero en el hecho de que se obedezca a algo, poco importa a qué, aparece un principio que supera a los pueblos, las razas y las clases. Obedecer a la ley porque es la ley: la forma de la ley significa que cierta actividad, cierta fuerza activa, viene ejercida sobre el hombre y se fija por tarea adiestrarlo. Aunque inseparables de la historia, estos dos aspectos no deben confundirse: por una parte, la presión histórica de un Estado, de una Iglesia, etc. La actividad del hombre como ser genérico, la actividad de la especie humana en tanto que ejercida sobre el individuo como tal. De aquí la utilización por Nietzsche de las palabras «primitivo», «prehistórico»; la moralidad de las costumbres precede a la historia universal (3); la cultura es la actividad genérica, «el verdadero trabajo del hombre sobre sí mismo durante el periodo más largo de la especie humana, todo su trabajo prehistórico.., sea cual sea por otra parte el grado de crueldad, de tiranía, de estupidez y de idiotez que lleve consigo» (4). Cualquier ley histórica es arbitraria,  pero lo que no es arbitrario, lo que es prehistórico y genérico, es la ley de obedecer a las leyes (Bergson insistirá sobre esta tesis, cuando demuestra en Las dos fuentes que cualquier hábito es arbitrario, pero que es natural el hábito de tomar hábitos).

 

Prehistórico significa genérico. La cultura es la actividad prehistórica del hombre. Pero, ¿en qué consiste esta actividad? Se trata siempre de proporcionar hábito al hombre, hacerle obedecer a leyes, de adiestrarlo.  Adiestrar al hombre significa formarlo de tal manera que sea capaz de activar sus fuerzas reactivas. En principio la actividad de la cultura se ejerce sobre las fuerzas reactivas, les proporciona hábitos y les impone modelos, para hacerlas aptas de ser activadas. La cultura como tal se ejerce en varias direcciones. Acomete incluso a las fuerzas reactivas del inconsciente, a las fuerzas digestivas e intestinales más recónditas (régimen alimenticio y algo parecido a lo que Freud llamará La educación de los esfínteres) (5). Pero su objetivo principal es reforzar la consciencia. A esta conciencia que se define por el carácter fugitivo de las excitaciones, a esta conciencia que se apoya en la facultad del olvido, hay que darle una consistencia y una dureza que no posee en sí misma. La cultura dota a la conciencia de una nueva facultad que en apariencia se opone a la facultad del olvido: la memoria (6). Pero la memoria de la que ahora se trata no es la memoria de las huellas.  Esta memoria original ya no es función del pasado, sino función del futuro. No es memoria de la sensibilidad, sino de la voluntad. No es memoria de las huellas, sino de las palabras. Es facultad de prometer, compromiso del futuro, recuerdo del propio futuro. Acordarse de la promesa que se ha hecho no es recordar que se ha hecho en un determinado momento pasado, sino que hay que mantenerla hasta un determinado momento futuro. Éste es precisamente el objeto selectivo de la cultura: formar un hombre capaz de prometer, o sea, de disponer del futuro, un hombre libre y poderoso. Sólo un hombre así es activo, activa sus reacciones, todo en él es activo o activado. La facultad de prometer es el efecto de la cultura como actividad del hombre sobre el hombre, el hombre que puede prometer es el producto de la cultura como actividad genérica.

 

Entendemos ahora por qué la cultura, en principio, no retrocede ante ninguna violencia: «Quizá no hay nada tan terrible y tan inquietante en la prehistoria del hombre como su mnemotecnia… Esto no ocurría jamás sin suplicios, sin martirios ni sacrificios sangrientos, cuando el hombre juzgaba necesario crear una memoria» (8). Antes de llegar al final (el hombre libre, activo y poderoso),  cuántos suplicios son necesarios para adiestrar a las fuerzas reactivas, para obligarlas a ser activadas. La cultura siempre ha utilizado el siguiente método: hace del dolor un medio de cambio, una moneda, un equivalente; precisamente el equivalente exacto de un olvido, de una penada causada, de una promesa no mantenida (9). La cultura remitida a este medio se llama justicia; el propio medio se llama castigo. Pena causada= dolor sufrido, ésta es la ecuación del castigo que determina una relación del hombre con el hombre. Esta relación entre los hombres viene determinada, según la ecuación, como relación entre un acreedor y un deudor: la justicia hace al hombre responsable de una deuda. La relación acreedor-deudor expresa la actividad de la cultura en su proceso de adiestramiento o de formación. Esta relación, que se corresponde a la actividad prehistórica, es la relación del hombre con el hombre, «el más primitivo de los individuos», incluso anterior «a los orígenes de cualquier organización social» (10).  Aún más, sirve de modelo «a las constituciones sociales más primitivas y más groseras». Es en el crédito, no en el cambio, donde Nietzsche ve el arquetipo de la organización social. El hombre que paga con su dolor la pena que inflige, el hombre considerado responsable de una deuda, el hombre tratado como responsable de sus fuerzas reactivas: éste es el medio puesto en marcha por la cultura para seguir con su objetivo. Nietzsche nos presenta así la siguiente descendencia genética: 1) La cultura como actividad prehistórica o genérica, empresa de adiestramiento y de selección; 2) El medio puesto en marcha por esta actividad, la ecuación del castigo, la relación de la deuda, el hombre responsable. 3) El problema de esta actividad: el hombre activo, libre y poderoso, el hombre que puede prometer.

 

NOTAS

  1. A, 9.
  2. BM, 188.
  3. A, 18.
  4. GM, II, 2.
  5. EH, II: «Porque soy tan travieso».
  6. GM, II, 1: «Este animal necesariamente olvidadizo, para quien el olvido es una fuerza y la manifestación de una salud robusta, se ha creado una facultad contraria, la memoria, por la que en cienos casos, mantendrá postergado el olvido».
  7. GM, II, 1. En este punto se confirma la semejanza entre Freud y Nietzsche. Freud atribuye al «preconsciente» huelas verbales distintas de las huellas mnémicas propias del sistema inconsciente. Esta distinción le permite responder a la pregunta: «¿Cómo convenir en (pre)conscientes los elementos rechazados?» La respuesta es: «Restableciendo estos miembros intermedios preconscientes que son los recuerdos verbales». La pregunta de Nietzsche se formularía así: ¿Cómo es posible activar las fuerzas reactivas?
  8. GM, II, 3.
  9. GM, II, 4.
  10. GAF, II, 8. En la relación acreedor-deudor «la persona se opondrá por primera vez a la persona, midiéndose de persona a persona».

 

Este texto se encuentra en el libro «Nietzsche y la filosofía» del autor mencionado.